Los silbatos hoy en día son usados por policías, salvavidas en las playas o niños en fiestas infantiles.

Pero en la antigüedad, culturas como la de los aztecas también los usaron.

Por décadas, los arqueólogos en México han encontrado en varios yacimientos arqueológicos, a lo largo y ancho del país, flautas y pitos de roca, arcilla y hueso.

Los sonidos que emiten estos silbatos parecen imitar al viento y a ciertas aves, pero hay unos que han llamado la atención en particular, y son los que producen gritos y aullidos aterradores.

En 2014, se hizo viral el video de un silbato fabricado como hacían los aztecas por el músico mexicano Xavier Quijas Xyayotl que emitía un ruido perturbador.

Los primeros hallazgos
El ingeniero José Luis Franco investigó desde 1960 los silbatos encontrados en yacimientos arqueológicos a lo largo y ancho de México.

Según explica el etnomusicólogo Gonzalo Sánchez Santiago en la revista Arqueología Mexicana, Franco los llamó “silbatos bucales” y encontró que todos compartían una forma de paralelepípedo, con una ranura en uno de los cantos y perforaciones en ambas caras que forman algo conocido como “cámara de caos”, una especie de resorte de aire que brindaba máxima potencia al sonido.

Años después, el ingeniero Roberto Velázquez Cabrera hizo una exhaustiva investigación, en la que identificó un grupo de silbatos que él mismo llamó “silbatos de la muerte”.

Este término surgió en 1999, a raíz del hallazgo de los restos de un hombre, de cerca de 20 años de edad, que había sido sacrificado en lo que es hoy el yacimiento arqueológico de Tlatelolco, en Ciudad de México.

¿Rituales, guerra o salud?
Existen varias referencias al uso de silbatos en algunas crónicas de la época colonial.

El misionero franciscano Bernardino de Sahagún describió cómo en una fiesta dedicada a Tezcatlipoca, dios azteca de la noche, se “sacrificaba un joven honrado como representación del dios en la tierra, guarnecido con todos sus atributos, entre ellos un silbato, con el que producía un sonido semejante al del viento nocturno por los caminos”.

Esto explicaría por qué los restos del joven sacrificado en Tlatelolco tenía dos silbatos de calaveras en sus manos. Ese lugar arqueológico era un templo de Ehecatl, dios azteca del viento.

“El hecho que dos silbatos de la muerte se hayan encontrado entre las manos de un personaje sacrificado de un entierro en un recinto ceremonial de Ehecatl indica que se pudieron usar en rituales de la muerte relacionados con ese personaje y/o algo de su mitología asociada como el viento, para llamar la lluvia, si ese era el propósito de los sacrificios humanos”, escribió Velázquez Cabrera.

Además, encontró que la boquilla no tenía ninguna utilidad sonora, sino que servía para “dejar libres las manos para otros usos, como la formación de un resonador externo variable con las manos o para manejar al mismo tiempo otro artefacto”.

Así, podrían haber empuñado armar o tambores mientras rugían con el silbato.

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El ingeniero, además, pensó en aplicaciones para la salud. “Si se tocan dos silbatos de la muerte simultáneamente, se producen batimentos infrasónicos complejos que generan estados de alterados de conciencia; sicodélicos y alucinógenos”, comentó en 2008 en una conferencia en el Museo del Templo Mayor, en Ciudad de México.

“Por ejemplo, un silbato grande puede generar sonidos dañinos o batimentos infrasónicos que pueden tener efectos negativos en la salud, o, en el caso contrario pueden contribuir a la salud física y mental de las personas que los perciben”, afirmó Velázquez Cabrera.

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