La agenda de Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931), colaborador de ABC, debe ser gruesa como la de un jefe de Estado. Hoy está aquí, después cogerá un vuelo a Suiza y dará una conferencia a estudiantes de diplomacia. Debe ser una herencia de sus tiempos de embajador de Chile en París y La Habana. Lo citamos en el Museo Reina Sofía, que antes de museo fue hospital. Un «sanatorio» como en el que se jugó la vida María, protagonista de «La última hermana» (Acantilado). Una heroína real que salvó a decenas de niños judíos en la Francia ocupada.

Le ha llevado tres años armar la novela.

En verdad, todo empezó cuando llegué a París para unas vacaciones, en agosto de 2011. Comencé con un texto manuscrito que lo terminé como en diez meses, pero después seguí visitando lugares y conversando con gente porque muchas cosas salen del recuerdo e historias de otros. En el mismo edificio donde yo vivo en Santiago, una señora que tenía 94 años conoció bastante a María, y me contó muchas historias. Esas torturas con métodos de agua que padeció están muy documentadas. Hay bastantes elementos de realidad en la novela, y uno comprueba que a veces las realidad es mucho más fuerte que la imaginación.

¿Qué necesidad tenía María de meterse en un hospital de judíos en ese momento?

María era una persona que se relacionaba mucho. Ella conoce a dos o tres personajes de la familia Rothschild y le ofrecen hacer de asistente en el hospital. En ese momento, cuando ella se mete, no está tan claro el antisemitismo nazi. Porque la represión nazi total, el crimen, comienza en el año 1942. Antes no se notaba tanto, aunque para un buen observador sí. Yo veo en María a una persona de su ciudad, frívola, pero que tiene una conversión por un sentimiento humano. No por un sentimiento ideológico. Ella se mete en el hospital por el hecho de salvar a niños que van a a morir. Y acabó siendo torturada y estuvo a punto de perder la vida.

¿Hay riesgo de repetir momentos como aquél?

Yo creo que siempre hay riesgo de que las cosas se repitan. Mire el castrismo. Ahora está saliendo lentamente de aquello, pero a lo mejor dentro de 50 años quieren tratar de repetirlo. De hecho, hay ciertos fenómenos de la política chilena que reivindican ciertos excesos económicos del pinochetismo. Parecía que eso no se iba a repetir nunca, pero ahora salieron pequeños grupos, una especie de Podemos de allá, que quieren hacer tal o cual cosa.

No lo descarta entonces.

No se puede descartar nada. Hay que estar alerta y tener conciencia de las cosas. Por eso leer y escribir es importante, porque supone despertar la conciencia de la gente porque todo se produce en la cabeza.

¿Qué opinión le merece España ahora mismo?

No puedo pretender conocer lo de acá, pero a mí me gustó mucho la Transición española. Lo que hizo gente como Adolfo Suárez, etcétera. Había gente de centro, de derechas, liberales, de izquierda moderada… e hicieron una Transición en la que me sorprendió la amistad entre gente de distintas ideas. De un extremo y de otro. Me acuerdo de un almuerzo que hizo un cineasta en Barcelona y que invitó a los personajes de una película documental que había hecho sobre la guerra. Fue increíble ver salir del brazo al general Líster, que era comunista, con uno que se llamaba De la Rosa, que era el golpista que había hecho el levantamiento en Barcelona. Y uno le decía al otro: «Y pensar que si te encuentro hace 30 años… habría sacado esta pistola y te hubiera matado». A mí me gustaba eso, me parecía tranquilizador, civilizado. Creo que fue una especie de reconciliación del país. Hoy me hace falta eso. Esto de que quieran hacer hablar en la Unión Europea a un etarra con crímenes de sangre no lo puedo entender.

¿Qué autores admiraba cuando empezó en esto?

De niño leía lo que pillaba y empecé leyendo obras de Julio Verne y cosas así. Pero la primera vez que entré en una lectura más literaria fue por dos circunstancias. Primero, empecé a leer escritores españoles del 98. Me gustaba mucho Azorín, del que escribí un artículo en la revista del colegio cuando tenía doce años. También me gustaban mucho Unamuno y Baroja. Después, como estudié en un colegio jesuita, descubrí a un francés católico pero muy apasionado que es Léon Bloy. Ahora casi cuesta leerlo pero entonces me encantó leerlo.

¿Qué libro le habría gustado escribir?

—No sé… Espérese. Fíjese que a mí me habría gustado escribir una obra de teatro. Me habría gustado escribir «Hamlet», de Shakespeare. Ese personaje, para mí, es de los más maravillosos de la literatura. El hombre de la indecisión, de la ambigüedad, pero al mismo tiempo de la venganza sanguinaria. Es un personaje complejo. A mí me gustan los personajes que son una cosa y que luego revelan ser otra. María parece una señora de sociedad y de repente resulta que es una heroína, porque eso también contradice ese juicio fácil sobre las personas que tienen todos los sectarios y los fanáticos, que dicen: «Este es así, fulano es tal o cual».

Escritor contra el criterio de su padre

Tiene un premio Cervantes y novelas traducidas a infinidad de idiomas, pero los inicios en la escritura de Jorge Edwards no fueron sencillos. El chileno remó contra la tradición familiar: «Escribí una novela que se llama “El inútil de la familia”, una historia de familia sobre un tío hermano de mi padre que era escritor. Ser escritor en aquella familia, que era gente de la empresa, del dinero y la abogacía, era una extravagancia. Incluso lo consideraban peligroso a veces. Tuve ese conflicto con mi padre (ríe). Me da risa pero también me da rabia. Mi padre me decía: “Oye, sé abogado durante la semana y escribe los fines de semana”. No obedecí y de repente pienso que tenía razón él, no yo. Pero bueno… por eso el título de “La última hermana”, porque el último hermano suele tener más libertad, mira las cosas de otra manera».

Fuente ABC

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