Por Lucía Deblock

Tal vez lo más triste del escándalo que se cierne sobre el juez brasileño Sergio Moro es el descrédito del otrora héroe anticorrupción.

Para algunos resulta muy decepcionante enterarnos de que el juez cometió ilícitos y prácticas dudosas con tal de alcanzar sus objetivos, que no fueron cosa menor, ya que sus investigaciones trajeron como resultado la destitución de la presidenta Dilma Roussef y el encarcelamiento del político más popular de Brasil, Lula da Silva, además de altos ejecutivos y dueños de poderosas empresas.

Fue Moro el caudillo legal de un pequeño equipo multidisciplinario en la ciudad de Curitiba que desentrañó  el viciado maridaje entre personajes de la alta política y empresarios connotados, que habían hecho negocios turbios al amparo del poder por mucho, mucho tiempo.

Posteriormente, fue esta investigación la que logró doblegar a Marcelo Odebrecht y conseguir la revelación sus sofisticados estratagemas, lo que a su vez sirvió de modelo para las investigaciones en Estados Unidos, Suiza y Latinoamérica, donde se replicó con mucha facilidad el esquema de sobornos que la compañía constructora Odebrecht empleaba en Brasil.

Las respuestas internacionales al escándalo de Odebrecht han sido variopintas. Van desde el agresivo esquema peruano, que ya ha provocado un suicidio, expresidentes en reclusión domiciliaria, cientos de investigaciones a personajes de la clase política y la primera condena dictada el pasado mes de junio, como consecuencia de las investigaciones. 

En el extremo opuesto está la indiferencia de México, el único país involucrado que no ha mostrado interés por investigar el destino de los 10 millones de dólares que Marcelo Odebrecht y sus ejecutivos han declarado, bajo juramento, haber entregado a su contacto de alta gama Lozoya Austin, a cambio de recibir contratos para obra pública.

Las investigaciones de Moro pusieron en blanco y negro algo que todos los ciudadanos de Latinoamérica sabíamos o intuíamos y llevábamos décadas discutiendo en las sobremesas familiares. De una manera o de otra todos conocíamos los negocios que se cocinaban al amparo del poder, pero fueron los intrincados detalles, las tramas rocambolescas, los prominentes nombres y las estrastosféricas cantidades que se manejaron lo que nos mantuvo durante meses al vilo de la silla, viendo con asombro cómo la justicia brasileña castigaba la corrupción endémica. 

El lenguaje de la corrupción era conocido por todos, pero fue el juez Moro quien decidió perseguirlo, sin importar lo encumbrados que estuvieran sus protagonistas, dejando así un gran ejemplo para el resto de los juristas.

En un reportaje firmado por el periodista Glenn Greenwald -ganador del Premio Pulitzer 2014 por Servicio Público, acreedor en 2013 del Premio George Polk y merecedor de un Oscar por el documental Citizen Four-, se desprende que el juez Moro dirigía y coordinaba los tiempos e intenciones de las investigaciones del Lava Jato, que posteriormente juzgaría.

De los mensajes que ha publicado recientemente The Interceptor Brasil se desprende una fluida relación entre el juez y uno de los principales fiscales, Deltan Dallagnol, con quien intercambió sugerencias, pistas, dudas y plazos que llevaron finalmente a la detención de Lula. Estas discusiones se encuentran al margen de lo legal de acuerdo a la legislación brasileña y son varios jueces del Tribunal Supremo y reputados juristas que así lo sustentan, a pesar de que el juez Moro ha tratado de normalizar su conducta, sosteniendo que en Brasil son prácticas comunes.  

Otros mensajes muestran a los fiscales discutiendo sobre las formas de evitar que Lula fuera entrevistado en prisión, antes de las elecciones, porque consideraban que eso le daría ventaja al Partido de los Trabajadores (izquierda), con lo que ha quedado de manifiesto la veta política de los involucrados. 

Son tantas las muestras de imparcialidad emanadas de los mensajes, que incluso aquellos que antes seguían con celo la ascendente carrera de Moro, ahora piden su destitución como Ministro de Justicia. 

Moro fue el fichaje estrella del ultraderechista Jair Bolsonaro, para unos fue la prueba de que la promesa de limpiar Brasil era seria; para otros dejaba claro que las investigaciones anticorrupción sí tenían un sesgo político. A pesar de la constante pérdida de popularidad del presidente, el padre del Lava Jato era el funcionario mejor evaluado del gabinete. Se antojaba complicado que el jurista tuviera futuro al lado de un político con perfil narcisista que declara abiertamente que “el mejor delincuente es el delincuente muerto”, pero para muchos Moro representaba lo mejor de la justicia de AL.

Tal vez algún otro lector como yo siguió con interés los avatares del otrora héroe de Brasil, del padre del Lava Jato, de la estrella anticorrupción, ese que sus seguidores representaban con traje de súper héroe. Tal vez la moraleja sea que incluso ahora, tras la revelación de esos mensajes, sabemos que ninguna trama escapa a las largas sombras de la política. 

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