Si hay una mujer que admirar, esa es Marie Curie, una mutante heroína de la historia, científica con voluntad, investigadora genuina y radiante por amor. Porque amó el Radio más que a cualquier otra cosa y murió por él.
Falleció a causa de una anemia aplásica tras trabajar durante años con el radio 226, que descubrió y adoró hasta el final de sus días, cuando aún lo cargaba dentro de tubos de ensayo en los bolsillos, exponiéndose gravemente.
Un amor difícil de desintegrar
Sus objetos personales como ropa, libros, muebles y notas de laboratorio siguen contaminados con material radioactivo y pasarán siglos antes que este se desintegre. Igual que su cariño por Pierre Curie, su esposo y mejor amigo. “Beso lo que queda de ti, a pesar de todo”.
Con él encontró lo impensable: un cómplice en el duro camino del descubrimiento del Radio. Apoyaba su pasión, aplaudía sus logros y discutía con ella sus avances.
El sufrimiento agudo como un rapto de locura
Llevaban once años de matrimonio y tenían dos hijas cuando Pierre salió una mañana de 1906 y no volvió más; luego de una reunión con colegas, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías.
Una rueda le reventó el cráneo y falleció en el acto. En cuestión de segundos Marie había perdido a su compañero, y más cercano fan. A un colega irremplazable.
Se trastornó, prohibió a sus hijas mencionar al padre en su presencia y durante dos meses guardó en su armario ropa con restos de sesos de su marido que besaba de vez en cuando ante la imposibilidad de aceptar la ausencia.
La ridícula idea de dejarse morir
“Beso lo que queda de ti, a pesar de todo”, escribió en diario refiriéndose al cerebro de Pierre antes de quemarlo todo, porque como dice Rosa Montero, el sufrimiento agudo es como un rapto de locura.
Pasaron dos meses antes de que se atreviera a implorarle a su hermana apoyo para llevar a cabo tan dolorosa misión. Despedirse de un muerto. Salvarse de la aniquilación y echarle luz a la herida, porque en sus peores momentos siempre tuvo allí la deslumbrante presencia del Radio que le esponjaba el corazón.