Para varios estudiosos del arte mexicano,
Saturnino Herrán es un “modernista-costumbrista”, para otros es el
precursor del muralismo mexicano y una fuente de inspiración constante, pero
para los mexicanos es el retratista del pueblo y de la vida cotidiana del
México de su tiempo.
El pintor nacido el 9 de julio de 1887, logró amalgamar un
sobresaliente dominio de la técnica pictórica con una capacidad para describir,
de forma novedosa, las tradiciones y formas de vida de grupos y personas que
hasta entonces habían sido ignorados por los diversos pintores
y corrientes artísticas de ese periodo.
Originario de Aguascalientes, su padre José Herrán tenía la
única librería de la ciudad y durante años fue tesorero del estado, además de
profesor de Teneduría de Libros en el Instituto de Ciencias de esa ciudad. Su
madre se llamaba Josefa Guinchard y era de procedencia suiza- francesa. Saturnino
fue hijo único y poco se sabe de su infancia y de su juventud.
En 1903, cuando aún no tenía 16 años de edad, muere su padre.
Dos años antes, la familia se había trasladado a la Ciudad de México y
Saturnino se había inscrito a los cursos superiores de la Escuela Nacional de
Bellas Artes (ENBA).
A la muerte de su progenitor, Saturnino se convirtió en el
sostén de su familia. Trabajó en telégrafos mientras por la noche tomaba sus
clases. Luego obtuvo una beca y pudo dedicarse por completo a la pintura.
En 1903 Antonio Rivas Mercado fue nombrado director de la
ENBA, donde impuso una técnica para enseñar a dibujar basado en modelos
geométricos y planos. Como subdirector contrató al pintor catalán Antonio
Fabrés, quien renunciò en 1906 y le sucedió Germán Gedovius, colorista mexicano
que enseña a Saturnino a pintar.
Como discípulo de ambos, Herrán se convirtió en uno de los
pintores mexicanos que mejor ha sabido captar a la gente de su país en su
realidad cotidiana, pero con un sello personal.
Recibe premios en 1908, año en que pinta Labor o El
Trabajo, obra adquirida al año siguiente por la entonces Secretaría de
Instrucción Pública. Al año siguiente, presentó Molino de vidrio y
Vendedoras de ollas.
Desde 1909 Herrán trabajaba como profesor interino de dibujo
de la ENBA y se le ofreció una beca para estudiar en Europa, pero la rechazó
para no dejar a su madre sola. Entre 1910 y 1911 pintó varios paneles
decorativos para la Escuela Nacional de Artes y Oficios para Hombres.
Es a partir de 1912 cuando Saturnino es catalogado como
maestro consumado. De este periodo es su cuadro Vendedor de plátanos, obra que
retoma el motivo del trabajador abrumado por el peso de la carga y los años.
Desde entonces sus personajes fueron del todo mexicanos.
Pinta La ofrenda y El jarabe. En 1912, a los 25 años, conoció a Rosario
Arellano con quien se casó dos años después y al año siguiente nació su único
hijo: José Francisco. En ese mismo 1915 inició la técnica del dibujo
acuareleado, que consiste en trazar con lápices de colores y luego rellenar con
acuarelas.
En 1915 inicia la serie Criollas, donde palpa la belleza
mestiza. Pero la obra maestra de Herrán fue el tríptico Nuestros dioses, que
hasta la fecha forma todo un friso en el Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas
Artes, y que en aquel entonces se encontraba en plena construcción.
Durante varios años se dedicó a perfeccionarla, hasta que en
octubre de 1918 la salud de Saturnino empeoró por un mal gástrico que le
impedía digerir alimentos; fue operado el día 2, pero falleció el día 8 de ese
mismo mes, a la edad de 31 años.