Un grupo de hombres en botas de goma despelleja a una ballena con afilados cuchillos, mientras Misako Komiya, de 86 años, los observa y planea cómo cocinar los cinco kilos de carne del cetáceo que pretende comprar.

“La picaré muy bien, la coceré a fuego lento con azúcar, jengibre, salsa de soja y sake, luego la congelaré. 

Durará un año, la puedo sacar y comer poco a poco con arroz”, dijo la anciana, vestida con un delantal rosa. La ballena zifia de Baird -con nariz espada- fue despedazada el jueves en una plataforma de cemento golpeada por las olas del Pacífico en Japón. 

“Todo el mundo está feliz hoy”, agregó Komiya. Komiya formaba parte de una multitud de observadores ávidos que incluía a 45 niños llevados por sus maestros para observar la matanza, una antigua tradición en Minamiboso, una localidad al este de Tokio que ha explotado la práctica por generaciones. 

Japón sostiene que la mayoría de las especies de ballenas no están en peligro de extinción y que comerlas es una tradición culinaria apreciada. Tokio abandonó la Comisión Ballenera Internacional (CBI) el 30 de junio y reanudó la caza comercial de los cetáceos el 1 de julio de este año. 

La primera ballena minke tomada en esa cacería, frente a la principal isla del norte de Japón, Hokkaido, fue sacrificada por un barco originario de Minamiboso. 

“Admito que fue agradable que nuestra embarcación haya matado a la primera ballena en esta caza después de la reanudación (de la práctica)”, dijo Yoshinori Shoji, jefe de la firma Gaibo Hogei que supervisaba la matanza de la ballena de 9,7 metros. 

Tras escuchar una explicación de Shoji y observar cómo la ballena era retirada del océano, los niños, que sostenían lápices y cuadernos, fueron invitados a tocar la piel gris y gomosa del animal. Casi todos lo hicieron, algunos exclamando “¡Guau!”. Su maestra les dijo que escribieran lo que sentían. 

“¡Mira, qué carne tan roja!”, dijo uno de los niños mientras otros miraban asombrados. Unos pocos hicieron sonidos de disgusto o se levantaron las camisas para cubrirse la nariz mientras la sangre corría por las canaletas hacia el mar. 

La directora de la escuela primaria del pueblo, Noriko Morita, afirma que los niños deben ver a la primera ballena cazada como parte de los esfuerzos para enseñarles las tradiciones locales. 

“Comer ballena es parte de nuestra cultura alimentaria y queremos enseñarles a los niños a sentirse orgullosos de su ciudad natal y sus tradiciones”, agregó. Al cabo de 90 minutos, no quedaban más que los huesos de la ballena. 

Los trabajadores clasificaban la carne en contenedores y residentes del vecindario hacían fila con hieleras portátiles para asegurar la compra esa misma tarde

. Shinichi Nojiri, un empleado de 59 años de una empresa de construcción naval, dijo que pensaba que el proceso era un poco grotesco y que personalmente no podía recordar haber comido ballena, aunque muchos japoneses de más edad sí. 

“No creo que tengamos que consumir tanto como solíamos en los viejos tiempos”, afirmó. “No hay tanta gente que lo coma. Sí, es parte de nuestra cultura, pero ya no creo que sea absolutamente esencial”, destacó.

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