“A lo largo de la historia… la mujer ha sido, más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito…”.
“Y el proceso mitificador, que es acumulativo, alcanza a cubrir sus invenciones de una densidad tan opaca, las aloja en niveles tan profundos de la conciencia y en estratos tan remotos del pasado, que impide la contemplación libre y directa del objeto, el conocimiento claro del ser al que ha sustituido y usurpado.
“El creador y espectador del mito ya no ven a la mujer a alguien de carne y hueso, con ciertas características biológicas, fisiológicas y psicológicas; menos aún perciben en ella las cualidades de una persona que se le asemejan en dignidad aunque se diferencia en conducta, sino que solo advierten la encarnación de algún principio, generalmente maléfico, fundamentalmente antagónico…”.
“Y el miedo engendra nuevos delirios monstruosos. Sueños en que el mar devora al sol en la hora del crepúsculo; en que la tierra se nutre de desperdicios y de cadáveres; en que el caos se desencadena liberando un enorme impulso orgiástico que excita a licencia de los elementos, que desata los poderes de la aniquilación, que confiere el cetro de la plenitud a las tinieblas de la nada.
“El temor engendra, a un tiempo, actos propiciatorios hacia lo que los suscita y violencia en su contra…”.
“Pero hay otros métodos más sutiles e igualmente eficaces de reducirla a la ineptitud: los que quisieran transformar a la mujer en espíritu puro.
“Mientras ese espíritu no hace compañía a los ángeles en el empíreo, está alojado, ay, en la cárcel del cuerpo.
“No todas tienen la etérea condición que se les supone. Y entonces es preciso disimular la abundancia de carne con fajas asfixiantes; es preciso eliminarla con dietas extenuadoras…”.
“¿Qué connotación tiene la pureza en este caso? Desde luego es sinónimo de ignorancia. Una ignorancia radical, absoluta de todo lo que sucede en el mundo, pero en particular de los asuntos que se relacionan con “los hechos de la vida”, como eufemísticamente se alude a los procesos de acoplamiento, reproducción y perpetuación de las especies sexuadas, entre ellas la humana. Pero más que nada, ignorancia de lo que es la mujer misma”.
“…desde que nace una mujer, la educación trabaja sobre el material dado para adaptarlo a su destino y convertirlo en un ente moralmente aceptable, es decir, socialmente útil. Así se le despoja de la espontaneidad para actuar; se le prohíbe la iniciativa de decidir: se le enseña a obedecer los mandamientos de una ética que le es absolutamente ajena y que no tiene más justificación y fundamentación que la de servir a los intereses, a los propósitos y a los fines de os demás.
“Sacrificada como Ifigenia en los altares patriarcales, la mujer tampoco muere: aguarda…”.
“Más bien vamos a insistir en otro problema. El de que, pese a todas las técnicas y tácticas y estrategias de domesticación usadas en todas las latitudes y en todas las épocas por todos los hombres, la mujer tiende siempre a ser mujer, a girar en su propia órbita, a regirse de acuerdo con un peculiar, intransferible, irrenunciable sistema de valores…”.
“Para elegirse a sí misma y preferirse por encima de los demás se necesita haber llegado, vital, emocional o reflexivamente a lo que (jean-Paul) Sartre llama una situación límite. Situación límite por su intensidad, por su dramatismo, por su desgarradora densidad metafísica…”.
“Pero hubo un instante, hubo una decisión, hubo un acto en que la mujer alcanzó a conciliar su conducta con las apetencias más secretas, con sus estructuras más verdaderas, con su última sustancia. Y en esa conciliación su existencia se insertó en el punto que le corresponde en el universo, evidenciándose como necesaria y resplandeciendo de sentido, de expresividad y de hermosura”.