“De todo escritor puede decirse que deja dos obras: una, la escrita; otra, la imagen que queda de él“, decía el propio Jorge Luis Borges. Las anécdotas de su vida, qué duda cabe, completan esa imagen que el escritor dejó para la posteridad y que, sobre todo, revelan el humor con que hacía frente a las circunstancias que le tocaban en suerte y muchas veces convirtió en episodios desopilantes, gracias a sus dichos. Su patria fue la literatura. Fue, para muchos, el escritor más influyente de la lengua española contemporánea. Para todos, uno de los escritores imprescindibles, en cualquier idioma.
El tiro del final
En un café de Buenos Aires, Estela Canto –de quien Borges estaba enamorado y a quien le dio el manuscrito de El aleph– le dice al escritor que piensa vender ese original: “Pero voy a esperar a que te mueras para que valga más”. Decepcionado por el gesto de la mujer a la que había querido tanto, Borges respondió: “Si yo fuera un caballero, en este momento iría al baño y se escucharía un tiro“. El manuscrito fue subastado en Londres en 1985, cuando el escritor aún vivía.
El día que el papa Francisco afeitó a Borges
El actual Papa Francisco -que en 1965 oficiaba como maestro jesuita de Literatura del Colegio Inmaculada Concepción de Santa Fe- y Borges se conocieron ese año, cuando Jorge Bergoglio convocó al autor para que diera un curso a sus alumnos. Uno de ellos, Jorge Milia, contó en una oportunidad a la BBC que era usual que Bergoglio pasara a buscar al escritor para llevarlo al colegio, pero un día se demoraron en llegar. “Cuando vienen, yo disimuladamente le hago el gesto de ‘¿qué pasó?’ y Jorge, también disimuladamente, me dice: ‘El viejo me pidió que lo afeitara’, porque a causa de la ceguera no podía hacerlo solo”.
Cita póstuma
Cuando cumplió 85 años, un grupo de admiradores del escritor llegó hasta su departamento –donde solía recibir visitas- para felicitarlo. Borges les agradeció y los citó para el año siguiente, aunque en el cementerio de la Recoleta, donde soñaba ser enterrado. Después decidióir aesperar la muerte en Ginebra, donde había pasado la adolescencia junto a sus padres.
El Nobel se fue para Colombia
Borges, que esperó en vano cerca de tres décadas recibir el premio Nobel, se enteró en 1982, en una comisaría (donde había ido a renovar su pasaporte), de que le había sido otorgado al colombiano Gabriel García Márquez. Los periodistas llegaron hasta allí buscando la primicia de sus declaraciones: “Yo pienso que García Márquez es un gran escritor. Cien años de soledad es una gran novela, aunque creo que con cincuenta años hubiera sido suficiente”, dijo, burlón.
Precaución
Como profesor, Borges era francamente atípico. No creía demasiado en los métodos tradicionales de enseñanza y procuraba, ante todo transmitir su amor por la literatura. Además daba evidencias de su carácter. Una mañana de octubre de 1967, estaba dictando su clase de literatura inglesa en la UBA cuando un estudiante irrumpió en el aula para anunciar la muerte del Che Guevara. En simultáneo, exigió la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges le respondió que el homenaje seguramente podía esperar. “Tiene que ser ahora y usted se va”, insistió el muchacho. Borges le respondió: “No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio”. Entonces el estudiante amenazó con cortar la luz. “He tomado la precaución de ser ciego esperando este momento”, remató el escritor.
Jóvenes poetas
Contaba el autor y librero Héctor Yánover que durante una reunión de la Sociedad Argentina de Escritores, el periodista y poeta que presidía la reunión, Cayetano Córdova Iturburu, increpó a los presentes casi a los gritos: “¿Y qué vamos a hacer por el futuro de nuestros jóvenes poetas?“. Borges gritó también, desde el fondo de la sala: “¡Disuadirlos!”.
Detestaba a Chaplin
Chaplin habrá sido una personalidad legendaria del siglo pasado para el mundo del espectáculo pero no lo era para Borges, que tenía una pésima impresión sobre él. “Es uno de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo. Como cineasta, una porquería -opinaba-. Sólo La quimera del oro era un lindo film, porque estaba defendido de la fealdad por el paisaje de Alaska, con gigantes vestidos de pieles sobre un fondo de nieve. En las demás películas está rodeado de tachos de basura o de escenas lujosas igualmente horribles. Además, siempre fue muy vanidoso. Trabajó rodeado de mascotas, no de buenos actores. Siempre quiso ocupar el centro de la escena. Sólo a él hay que tenerle lástima. Es un personaje sentimental, los otros no existen. El cine ha progresado y Chaplin ha permanecido tan malo como al principio. Sus fotografías son igualmente espantosas. En cambio, Buster Keaton era un caballero” dijo Borges, según recoge el libro Borges en el espejo.
Inspector de aves y conejos
Borges era profundamente antiperonista y consideraba que Perón había sido a su época “lo que Rosas a la suya: una calamidad“. Cuando, en 1946, el gobierno peronista removió a Borges de su cargo de auxiliar bibliotecario en la biblioteca Miguel Cané y lo nombró “inspector de aves, conejos y huevos”, el autor se presentó en la municipalidad a pedir explicaciones: “Vea usted -dijo al empleado- resulta extraño que entre tantos empleados de la biblioteca haya sido yo justamente el elegido para ese puesto.” El empleado respondió: “Bien, usted estaba de parte de los Aliados en la guerra, ¿qué esperaba?”. “El argumento era concluyente y no admitía réplica alguna”, decía Borges. Al día siguiente presentó su renuncia.
Sin aire en Machu Picchu
Contaba el periodista y poeta Esteban Peicovich, que acompañó a Borges en numerosos viajes: “Camino a Machu Picchu, en Perú, y tras cinco horas de tren de trocha angosta desde Cuzco, tuve que llevarlo en brazos por la altura. Él se había anudado un pañuelo al cuello y boqueaba como pez en la arena. María Kodama temía que Borges se muriera por falta de oxígeno. Por fin lo tendí sobre un sofá del lobby del Hotel Internacional para que lo asistieran. De un grupo de turistas alemanes, uno lo reconoció. “Here is Borges”, empezó a gritar. Y claro, en segundos quince alemanes se abalanzaron a fotografiarlo desde todos los ángulos. Parecía una parodia de El entierro del Conde de Orgaz”.
Los 99 de Leonor Acevedo
La omnipresente madre del escritor argentino vivió hasta los 99 años (“Se me fue la mano”, dicen que dijo antes de morir). Antes, atravesó una agonía prolongada. En su velorio, una mujer se lamentó de que la señora no hubiese llegado a los 100. “Usted exagera los encantos del sistema decimal”, concluyó Borges.