Jesús Lezama 

Para el humanista Gregorio Marañón (1887-1960), considerado como uno de los intelectuales españoles más brillantes del siglo XX, la historia no se hace solo con datos sino también con interpretaciones. 

“Somos, sin saberlo, instrumento ciego del juego contradictorio del destino”, decía. En sus obras dedicó un género literario singular e inédito: “ensayo biológico” las grandes pasiones humanas a través de personajes históricos, y sus características psíquicas y fisiopatológicas.

“Tiberio: Historia de un resentimiento” es un estudio que Marañón publicó en 1939 sobre la figura del emperador contemporáneo de Cristo y de Pilatos. Condenado como un monstruo de crueldad comparable a la de Nerón o Calígula, el romano es uno de esos hombres que vivió en un terreno de nadie, en una época confusa y desolada.

Profundizar sobre las raíces de la conducta en el contexto problemático de una crisis generalizada por el coronavirus tendría que desarrollarse de acuerdo a las circunstancias de modo, tiempo y lugar en el que cada uno lo vive, o lo sufre, de manera distinta.

Ubicados en el entorno político-social del México actual, pesa en el fondo de muchos mexicanos la devastación narrativa y, en la mayoría de los casos, las actitudes y hechos de los actores políticos debido a que en su alma anida la pasión del resentimiento.

Cuadran estas consideraciones, de modo particularmente exacto, a los lopezobradoristas, transformadores o los autodenominados chairos. Y no es casual. La sociedad percibe que así como hay muchas personas comprometidas y animadas para que las cosas se hagan y transformen positivamente en México, también están presentes los resentidos en posiciones importantes, decisivas.

Y es que alrededor del presidente López Obrador ya es dificil separar donde comienza la Leyenda y donde termina la Historia. “Juntos haremos historia”, la frase publicitaria de la campaña que finalmente lo sentó en la silla presidencial -y que no termina de asentarlo- ha provocado interpretaciones, no distintas, sino diametralmente opuestas del personaje. Todas son igualmente Historia: porque representan lo que cada etapa del pensamiento humano va añadiendo a la personalidad del héroe y creerán que su evolución es inacabable.

En López Obrador hay una personalidad construída no con material uniforme, sino con fragmentos diversos y contradictorios. De ahí que no es extraño ver o escuchar que hace años, meses o días tenía una postura frente a un tópico y hoy sea completamente distinta. Y no es que esté loco, enfermo o decrépito, no. Si Plinio el Viejo lo decribiera diría:”princípe austero y sociable”.

Ahora bien, si consideramos, solamente, las “agresiones” que López Obrador vivió en los 18 años para lograr la presidencia, es muy probable que en él fermentaron las pasiones que estallan arbitrariamente en la conducta y se llama resentimiento.

Así que es oportuno recordar el ensayo del maestro Gregorio Marañón, el cual determinaba: “El resentimiento es incurable. Su única medicina es la generosidad. Y esta pasión nobilísima nace con el alma y se puede, por lo tanto, fomentar o disminuir, pero no crear en quien no la tiene. La generosidad no puede prestarse ni administrarse como una medicina venida de fuera. Parece a primera vista que como el resentido es siempre un fracasado, fracasado en relación con su ambición, el triunfo le debería curar. Pero, en la realidad, el triunfo, cuando llega, puede tranquilizar al resentido, pero no le cura jamás. Ocurre, por el contrario, muchas veces, que, al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta la vieja acritud. Ésta es otra de las razones de la violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder; y de la enorme importancia que, en consecuencia, ha tenido esta pasión en la Historia.”

Es verdad, las cosas en la vida no son, van siendo.

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