Patricia Ponce
Con emoción, indignación y lágrimas mi hija, nieta y yo acompañamos -por video- la marcha de las mujeres en Xalapa, Veracruz. Desafortunadamente mi edad en el contexto del COVID-19 no me permitió estar con ellas en esta ocasión.
Tres demandas principales por -cierto muy sentidas y antiguas- marcaron su recorrido por las calles de la ciudad: el derecho a decidir, no más feminicidios y vivas se las llevaron, vivas las queremos.
El gobernador Cuitláhuac, las instituciones responsables -se llamen como se llamen-, así como las representantes de las comisiones correspondientes del congreso estatal, estuvieron ausentes y omisas. Todos y todas impresentables. La única respuesta que se le ocurrió al ejecutivo morenista -por demás desatinada- fue mandar un despliegue desmedido de policías, obvio para “impedir fueran vandalizados los edificios, para evitar desórdenes públicos y para salvaguardar la seguridad de terceras personas”. La realidad fue otra, las mujeres que marcharon fueron ofendidas, lastimadas, agredidas, violentadas.
No sorprende que los diversos cuerpos policiacos estatales no fueron enviados para proteger a las manifestantes, para nada, simplemente porque ellas no están entre sus prioridades. Para este gobierno y sus instituciones vale más una pared rayada que diez mujeres asesinadas diariamente. Por ello, ese día, esas guerreras me recordaron a las mal llamadas locas de la plaza de mayo de la Argentina en la época de la dictadura militar que nada las ha detenido en su lucha para recuperar a sus hijas/os y nietas/os asesinados y desaparecidos.
Qué falta de oficio político. Ojalá que ese despliegue de fuerzas policiales fuera utilizado para encontrar a los feminicidas y procurar justicia, pero no, todo parece indicar que Cuitláhuac sigue la pauta de López Obrador quién acostumbra a guardar silencio frente a los feminicidios y el derecho a decidir por considerarlos temas muy polémicos y obvio, por tener cosas más importantes que atender, supongo que entre ellas la rifa del avión. ¿Y qué decir de su incondicional secretaria de gobierno quién considera que detrás de dichos movimientos hay mano negra, personas ajenas y/o financiamiento para lucrar con el dolor de las víctimas? Cuánta ignorancia, soberbia y omisión, esa que en nuestro país es delito.
En fin, debo compartir que no sé qué me causó más indignación si la respuesta del estado veracruzano o el linchamiento mediático generado hacia las mujeres que marcharon en defensa de los derechos humanos en Xalapa el 28 de septiembre, me refiero a los comentarios vertidos en las redes sociales de muchos machos -no puedo llamarles hombres- exhibiendo descaradamente su misoginia, ignorancia, vulgaridad y bajeza. Esas glosas me producen mucha preocupación, miedo y desesperanza por estar llenas sobre todo de tanto odio. Pareciera ser que ante la ausencia de un posicionamiento político por parte de las y los servidores públicos responsables en la materia se desbordaron y salieron de lo más profundo las expresiones más retrógradas, oscuras, violentas e hirientes de una sociedad que no soporta la actitud y el pensamiento crítico e inteligente, sobre todo de las mujeres.
Ejemplos de ellos sobran, pero para muestra un botón. Recientemente, frente a un comentario vertido por mi hija -en Carmen Aristegui- en el cuál mencionaba que algunos hombres antes de dar opiniones pro-vida deberían informarse, leer la respuesta no tardó en llegar de la manera más violenta y simbólica: “Te deberían sacar la matriz y meterte cerebro”.
Desafortunadamente, no sólo leí opiniones de ese tipo por parte de hombres, también algunas mujeres salieron a la tribuna del debate para exponer sus comentarios igualmente misóginos, prestándose para generar un espacio a las opiniones de esos machos feminicidas en potencia.
¿Cuántas generaciones habrán de pasar para que se comprenda lo que es el feminismo, la desigualdad, la subordinación, la violencia de género, el derecho a decidir?
Me declaro respetuosa de los derechos humanos, tratando de ser consecuente, respeto el derecho a decidir de todas las mujeres, es decir, de aquellas que están dispuestas a continuar un embarazo en las mejores o peores condiciones, como de aquellas que deciden interrumpir un embarazo sea por las razones que sean. Eso implica, desde mi perspectiva, el derecho a decidir en el marco del respeto de los derechos humanos. Dicen que nada justifica la violencia. Debe ser cierto, pero no es menos cierto que también es violencia que produce muerte no prevenir, diseñar políticas públicas, investigar y castigar a los responsables de los feminicidios, no legislar para evitar la muerte de miles mujeres por abortos clandestinos, no aplicar el Estado de Derecho y, no tener las puertas, los oídos y el corazón abiertos para escuchar las demandas de las familias de las víctimas. También es violencia guardar silencio y volverse cómplice de las instituciones y de las servidoras/es públicos omisos, indolentes y sin capacidad de respuesta, así como de una sociedad misógina que, usando el anonimato en las redes sociales, pretende silenciar a grupos de mujeres cuya demanda fundamental es: No nos sigan matando.
No me gusta la violencia, no estoy de acuerdo con ella, no la avalo, pero me pregunto todos los días ¿Si yo tuviera una mujer asesinada o desparecida en mi familia cuál sería mi respuesta? No lo sé a ciencia cierta, pero no creo que lograría ser menos aguerrida que las mujeres que marcharon valiente y dignamente en la capital del estado de Veracruz el 28 de septiembre del 2020 exigiendo a gritos ¡Vivas se las llevaron, vivas las queremos!
Nuestro reclamo es simple: no queremos que nos sigan matando y entretanto no lo logremos, la moneda de la igualdad, la democracia y la justicia social seguirá en el aire. Por ello seguiremos dando la batalla, la utopía, esa que nos sirve caminar, está de nuestro lado.
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