Como todo pueblo que deviene en un Estado imperial, el mexica contiene en sus propios mitos, los fundamentos de su vocación militar, eventos que tienen a su dios patrono Huitzilopochtli como protagonista, de los cuales cabe hacer una relación a propósito de la fundación de su capital Tenochtitlan, asegura el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Corona Sánchez.
En su tercera edición, que iniciará este 3 de marzo y culminará en agosto próximo, el Coloquio sobre la Visión Antropológica de la Conquista estará dedicado a la defensa de la ciudad tenochca, cuyo ciclo de conversatorios se transmitirá por el canal INAH TV en YouTube, como parte de la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.
El punto de partida será justamente el análisis de la creación de Tenochtitlan, desde la mitología y la arqueoastronomía, a cargo del propio etnohistoriador Eduardo Corona, y del arqueoastrónomo Jesús Galindo Trejo, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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El también coordinador del coloquio, Eduardo Corona, señala la necesidad de profundizar en el devenir del Imperio mexica, yendo a sus orígenes míticos, pues es ahí donde se encuentran los motivos de su rol guerrero y de su expansión por el Cemanáhuac, término que en náhuatl se traduce como “el mundo rodeado por agua”. Siguiendo ese esquema de expansión hacia los cuatro espacios de su universo cosmogónico o nahui ollin, logró dominar en menos de un siglo un vasto territorio, cuyos límites eran los océanos Atlántico y Pacífico.
Los herederos de esta tradición serían, entre ellos, Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y Hernando Alvarado Tezozómoc, quienes recogerían la historia de sus antecesores. Es en estos manuscritos del siglo XVI, en concreto la Crónica Mexicáyotl, autoría de este último cronista, de los que abreva Corona Sánchez para desentrañar los mitos sobre el nacimiento de Huitzilopochtli y la señal divina para fundar Tenochtitlan.
En opinión del investigador, la historiografía mexica-mesoamericana articula los hechos sociales con los míticos, como parte de una misma historia, y de este modo explica eventos sucedidos a lo largo del éxodo, en relación con la vida de dicha deidad.
El primer mito narra el nacimiento intempestivo de Huitzilopochtli en el cerro de Coatepec, tras descubrir el matricidio que planeaban su hermana Coyolxauhqui y los centzon huitznahuac. En defensa de su madre, Coatlicue, Huitzilopochtli dio cacería a sus hermanos, ataviado con sus atributos guerreros como la xiuhcóatl o “serpiente de fuego”, en una alegoría del triunfo del sol sobre la noche, con su luna y estrellas.
No obstante, el experto refiere que en crónicas mestizas como la Mexicayotl, se señala a Coyolxauhqui como la hermana mayor de Huitzilopochtli, quien estaba en desacuerdo con seguir la peregrinación y esperaba que los mexicas se asentaran en Coatepec. En respuesta, Huitzilopochtli se comió su corazón en el juego de pelota de la ciudad de Tula.
Lo anterior, dijo, “lo interpreto como el enfrentamiento de dos grupos sociales entre quienes venían peregrinando. Hubo una escisión. Coyolxauhqui, la luna, refleja la identificación con la agricultura, ella al ver los cuerpos de agua cercanos a Coatepec, quiso que ahí se asentaran, pero Huitzilopochtli destruyó la presa. Es decir, es posible que entre los mexicas existieran dos consejos, uno asociado a la agricultura y otro a la guerra, que entraron en conflicto”.
El siguiente mito expone el abandono que hizo Huitzilopochtli de su hermana menor, la hechicera Malinalxóchitl, en Malinalco. Su hijo, Cópil, intentó tomar venganza pero fue derrotado y asesinado por su tío (posiblemente en el cerro de Chapultepec), quien mandó a los sacerdotes a que le llevaran su corazón y lo tiraran en un lugar sagrado entre los tulares, de este brotaría el nopal de corazones en que se posaría un águila, señal inequívoca para fundar su ciudad.
Como asienta la Crónica Mexicáyotl, “donde germinó el corazón de Cópil, que ahora llamamos tenochtli, allí estaremos, dominaremos, esperaremos, nos encontraremos con las diversas gentes, pecho y cabeza nuestros: con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean, a todos los que conquistaremos, apresaremos; pues ahí estará nuestro poblado, México-Tenochtitlan”.
Eduardo Corona indica que la representación del águila es, particularmente, significativa de la señal divina, la cual se dio entre juncos y aves de colores rojo, azul, blanco y amarillo, que corresponden a los cuatro rumbos del nahui ollin. Asimismo, el águila encarna el dominio de Huitzilopochtli como deidad tutelar expresado en el atl-tlachinolli, la “guerra sagrada”, un concepto basado en el difrasismo de agua versus fuego, dos elementos físicamente opuestos.
Según la Tira de la Peregrinación o Códice Boturini, que es el registro histórico por parte de los mexicas de su travesía —desde Aztlán hasta fundar Tenochtitlan en los tulares del Lago de Texcoco—, la aparición de esa señal divina puso fin a un andar que duró alrededor de cuatro fuegos nuevos, de 52 años cada uno.
El águila devorando a la serpiente o las aves, es un símbolo que expresa el sino pronosticado por Huitzilopochtli, origen de una historia propia y que justifica el predominio de los mexica sobre otros, de ahí el valor político y cosmogónico que adquirió Tenochtitlan para otros pueblos. Esa insignia que permanece en nuestro Escudo Nacional, permite recuperar parte de la identidad de la que somos parte.
Al respecto, Eduardo Corona concluye que en este 2021, “lejos de una ‘historia de vencidos’, los mexicanos debemos tomar conciencia histórica de todos aquellos factores que llevaron a un pueblo errante a convertirse en un Estado y construir un Imperio mesoamericano o Cemanáhuac en sólo 97 años, a partir de la conquista de Azcapotzalco, en 1428, y hasta 1521”.