Juana Elizabeth Castro López

La vida es como un “sube y baja”, a veces se está arriba  y otras, abajo. Así, entiende  y vive la vida el mundo. Se da tan puntualmente, que hay quienes temen cuando están pasando por un período de felicidad; porque creen que después de éste sobrevendrá un período de infelicidad. Lo peor del caso es que, tal como lo esperan, ocurre. La pregunta es ¿por qué tiene que suceder así?  Muchos, desde distintos enfoques, han intentado contestar esta pregunta, sin lograr aliviar la situación. Sin embargo, en un antiguo libro llamado Eclesiastés, el sabio Salomón nos da, en su reflexión, la punta del hilo para encontrar la respuesta que  libera de ese ciclo de altibajos y es esta: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.  Bienaventurado el que escuche esta palabra y la entienda porque en ella hay una promesa: “te pondrá [Dios] por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres…” (Deuteronomio). Y esto último es la clave. Así que, el que tenga oídos dispóngase con corazón alegre a entender esta palabra. 

“Todo tiene su tiempo, y…su hora”. Esto nos habla de que el tiempo óptimo es el señalado por Dios. Cuando caemos en desesperación e impaciencia salimos antes de dicho tiempo y nos enredamos con cosas que no podemos sobrellevar. Así sucede cuando no tomamos en cuenta el cronómetro divino.

El tiempo de Dios siempre traerá bendiciones. Un espléndido ejemplo para entender esto lo ofrece el relato sobre el patriarca Abraham, en las Sagradas Escrituras: Dios le prometió a Abraham que le daría un hijo.  Sarai,  esposa de Abraham, conocía la promesa.  Ella era estéril, de edad avanzada y creyó que Dios no podría darle hijo. Así que, ella decidió ayudar a Dios entregándole, a su marido, a su sierva Agar. Y, cuando Agar le dio un hijo a Abraham, “miraba con desprecio a su señora” (Génesis). Así fue como Sarai se adelantó al tiempo de Dios y terminó introduciendo a su esposo a la poligamia y enfrentando una situación que difícilmente podía sobrellevar. Dios es fiel a su palabra y lo que él promete lo cumple, finalmente, el tiempo de Dios llegó y  Sarai dio a luz el hijo de la promesa. Así que, a Abraham le nació un hijo fuera del tiempo de Dios y uno en el tiempo de Dios. El primero fue causante de dolores, amarguras y sin sabores. El segundo trajo bendiciones. 

El tiempo del hombre siempre está presto. El hombre tiende a  tomar decisiones y acciones en la forma y a la hora que quiere, sin tomarle parecer a Dios. Por ejemplo, los hermanos de Jesús le dijeron: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo.” A Jesús, sus hermanos le estaban diciendo: ya es la hora de que te des a conocer. A lo cual, Jesús les respondió: “—Para ustedes cualquier tiempo es bueno, pero el tiempo mío aún no ha llegado” (Juan). En otras palabras, Jesús, les estaba diciendo: la hora de mis decisiones y acciones la determina mi Padre, no yo. En cambio, ustedes actúan cuando y como les place. De esta manera, Jesús, nos permite entender la razón por la que la vida del hombre siempre estará plagada de altibajos: esto sucede así, porque el hombre nunca toma en cuenta el tiempo de Dios. Saber el horario de Dios va de la mano con conocerlo a Él. Jesús conoce  a Dios y sabe esperar sus tiempos. Él da a conocer al Padre y con su ejemplo nos muestra que la palabra clave es obediencia, para sujetarse a los tiempos y a las sazones de la potestad del Padre.

A veces, el tiempo de Dios tarda. La promesa que Dios le dio a Abraham tardó en manifestarse. Los dos (Abraham y Sarai) eran ancianos cuando tuvieron a Isaac, el hijo prometido. A través de este hecho portentoso, Abraham conoció a Dios en su poder y fidelidad,  su obediencia fue rectificada y su fe creció a tal punto que se hizo merecedor del título de “padre de la fe”. 

La tardanza del tiempo de Dios, no debe mover a actuar por cuenta propia.  Dios no ha prometido librar al hombre de pruebas,  pero si le ha prometido estar con él en medio de las pruebas. Estas, al igual que en la escuela, son inevitables y su finalidad es la misma: confirmar lo aprendido, para pasar al siguiente nivel. 

Algunos dan por sentado que Dios está muy ocupado y por eso no atiende sus peticiones. Esta forma de pensar revela las limitaciones del hombre en las cosas espirituales y la enraizada rebelión del hombre que se cierra a entender que Dios tiene sus tiempos y que, en ocasiones, la persona está tan enredada, por sus decisiones equivocadas, que Dios tiene que actuar con suma delicadeza; para desenredarlo sin lastimarlo.

Para esperar el tiempo de Dios, debemos armarnos de una fe firme, tenaz y paciente. Esta sólo se da cuando estamos fuertemente cimentados en el conocimiento de Dios a través de Jesucristo. Pues, Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida: él es el único Camino para llegar al  Padre, a través de él conocemos la Verdad que nos libera para vivir la Vida verdadera, la de Dios. La cual no está sujeta al sube y baja de la vida natural. 

En conclusión, Dios tiene un tiempo señalado para todo y éste siempre será de bendición. Si vivimos atendiendo siempre el tiempo de Dios, no caeremos en desesperación,  aun en situaciones difíciles. Pues, conocer que Dios controla tiempo y sazones y es verdadero y apegado a su propósito de bendecir, es una garantía de victoria continua. Él es fiel a sus promesas, al sujetarnos en obediencia a su reloj, siempre estaremos a la cabeza y no a la cola; siempre estaremos encima y nunca debajo.

juanaeli.castrol2@gmail.com

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