Héctor González Aguilar
Farabeuf, de Salvador Elizondo, es una de las novelas más enigmáticas que se han escrito en México; sin una historia que pueda seguirse claramente, con personajes sin rasgos identificables, su lectura es un verdadero reto.
En 1965 se publicó en México una novela muy diferente a lo que estaban acostumbrados los lectores: Farabeuf o la crónica de un instante. La obra tuvo una buena aceptación entre los intelectuales, pues ese mismo año se hizo merecedora al premio Xavier Villaurrutia.
Salvador Elizondo era un joven escritor con dos obras en su haber: un libro de poemas y otro sobre cine y, según la revista Letras Libres, desde 1962 tenía publicado un cuento, “Sila”, con clara influencia de Juan Rulfo.
En cualquier novela escrita a la manera tradicional se encuentran algunas historias que se van desarrollando, es posible reconocer a los personajes principales y a los secundarios, todo esto dentro de un contexto espacial y temporal más o menos definido; en cambio, Farabeuf se nos presenta de manera fragmentaria sin una secuencia de acciones que formen alguna historia, los personajes no son fáciles de identificar y algo parecido sucede con el tiempo y con el espacio, razones por las que se le ha llegado a cuestionar su categoría de novela.
Y es que Salvador Elizondo no es un mexicano convencional, sus años de formación los pasó en el extranjero, pues su padre se desempeñaba en el servicio exterior mexicano; vivió en la Alemania nazi y luego estudió en una escuela militar en los Estados Unidos, llegó a dominar varios idiomas, incluido el chino mandarín y su vocación de escritor debió vencer a su gran aptitud para el dibujo y a su pasión por el cine.
Podría decirse que el personaje principal de la novela es el doctor Farabeuf, aunque esto es discutible. Farabeuf proviene del mundo real, daba clases en un anfiteatro, en Francia, realizaba experimentos con cadáveres e inventó algún instrumento quirúrgico. Hay dos personajes que resultan una incógnita, un hombre –que también se desempeña como narrador- y una mujer; se sabe que el hombre ama a la mujer, lo cual es suficiente para darles identidad, según afirma el propio narrador. La situación amorosa o erótica de la pareja tampoco se explica lo suficiente.
Al no haber una historia fácil de distinguir, el texto gira, en el sentido literal del término, en torno a un suceso: la muerte de una persona -un auténtico suplicio- ocurrida en una ciudad de China en enero de 1901. El suplicio, horrendo, consiste en desmembrar el cuerpo; este castigo se aplicaba muy raramente en China.
Precisamente, es el suplicio lo que suscita el interés de la pareja en cuestión, de este acto existe una fotografía –que también es real y que impresionó a Elizondo cuando la vio por vez primera- que enlaza la vida de la pareja con Farabeuf y con su auxiliar, una enfermera con la que ha tenido relaciones sexuales. La relación entre estos cuatro personajes con la fotografía es el motivo de la novela.
Farabeuf o la crónica de un instante es ante todo un ejercicio de la memoria, la pareja hace varias evocaciones de lo que parece ser una ceremonia secreta inspirada en la fotografía del supliciado. La fotografía, que extrañamente desempeña una función afrodisiaca, se equipara a los recuerdos; aunque para la pareja los recuerdos suelen ser más nítidos, porque “el afán de retener un recuerdo es más potente que el nitrato de plata”.
Esta serie de evocaciones nos lleva, como lectores, a volver al mismo instante una y otra vez, pero cada vez con detalles que van surgiendo o que se van rectificando, por lo que va quedando la duda de si el recuerdo es fiel o inventado o si se trata solamente de aquello que se quiere recordar; llega el momento en que el narrador reconoce que el olvido es más tenaz que la memoria.
Definitivamente, emprender la lectura de Farabeuf es toda una experiencia, no son pocos los que deciden abandonar la novela a medio camino al no encontrarle ningún asidero. El mismo Elizondo reconocía no ser un escritor leído, pero al mismo tiempo disfrutaba que su obra fuera motivo de análisis por parte de los especialistas.
Afortunadamente, a quince años del fallecimiento de Elizondo y a más de cincuenta de la publicación de Farabeuf, tanto el escritor como su enigmática novela siguen ganando adeptos entre los lectores.