Científicos de la Universidad Estatal de Ohiohan publicaron recientemente en la revista Psychological Science un estudio en el que proporcionan evidencia experimental del aprendizaje latente, la capacidad de nuestro cerebro para adquirir nuevos conocimientos con más facilidad tras haber estado previamente expuesto a la información de una forma pasiva e incidental.

Los investigadores ponen el ejemplo de los niños, que mucho antes de entrar en una clase aprenden a identificar objetos comunes como un perro y una silla, simplemente encontrándolos en la vida cotidiana, sin la intención explícita de aprender qué son.

Según Vladimir Sloutsky, coautor del estudio, la exposición pasiva a nuevos objetos hace que los humanos estén “listos para aprender”.

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“A menudo observamos cosas nuevas en el mundo real sin el objetivo de aprender nada sobre ellas. Pero descubrimos que el simple hecho de estar expuestos a ellas deja una impresión en nuestra mente y nos lleva a estar listos para aprender sobre ellas más adelante”, explica Sloutsky.

Para demostrar esta afirmación, los científicos realizaron varios experimentos con 438 adultos divididos en dos grupos.

En primer lugar, todos los participantes pasaron por una “fase de exposición”, en la que jugaron a un videojuego sencillo mientras veían imágenes coloridas de criaturas desconocidas. El juego no proporcionó ninguna información sobre estas criaturas, si bien las que aparecían en uno de los grupos, sin que ellos lo supieran, pertenecían en realidad a dos categorías: A y B.

Al igual que los animales del mundo real, como perros y gatos, las criaturas de la categoría A y de la categoría B tenían partes del cuerpo que se veían algo diferentes entre sí.
Aprendizaje “sustancialmente más rápido”

A continuación, todos los participantes pasaron por un “aprendizaje explícito”, un proceso en el que se les enseñó que las criaturas pertenecían a dos categorías, llamadas “flurps” y “jalets”, después de lo cual tuvieron que aprender a identificar a qué categoría pertenecía cada criatura.

“Descubrimos que el aprendizaje fue sustancialmente más rápido para aquellos que estuvieron expuestos a las dos categorías de criaturas antes que en los participantes del grupo de control”, dice Layla Unger, autora principal del estudio.

Unger agrega que los participantes no aprendieron las diferencias entre ambas categorías durante la fase de exposición, sino que sus cerebros fueron familiarizándose con estas de forma inconsciente y, en consecuencia, les resultó más sencillo asimilar la información en la fase de aprendizaje explícito.

“La exposición a las criaturas dejó a los participantes con cierto conocimiento latente, aunque no estaban listos para distinguir la diferencia entre las dos categorías. Todavía no habían aprendido, pero estaban listos para aprender”, concluye la investigadora.

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