Las figuras del deporte mundial tienen a la disciplina como el común denominador en su camino al éxito. Sin embargo, Dennis Rodman no tuvo que apegarse a ella en cada día de su carrera profesional; no necesitaba ser un modelo a seguir o que entendieran su personalidad, él supo convertirse, a su manera, en uno de los mejores basquetbolistas que han existido.

Las excentricidades alrededor de Rodman fueron su sello en el deporte mundial; algunos no se cansaron de criticar su papel fuera de las duelas, pero sus actuaciones en los juegos siempre demostraron que aquello que pasara en su vida privada era intrascendente pues sabía cómo vencer: en la vida y bajo la pintura era de una sola forma: indomable.

Rodzilla disputó 14 temporadas en la NBA (de 1986 a 2000) y en ese tiempo ganó 5 anillos de campeón (2 con Detroit y 3 con Chicago); fue el mejor jugador defensivo en 1990-1991; fue incluido 7 veces en el mejor quinteto defensivo de la liga (1989-1993 y 1995-1996); y es miembro del Salón de la Fama desde 2011.

Las dificultades lo forjaron como el feroz ala-pívot que un día se conoció: su madre lo echó de casa y encontró en el baloncesto la forma de crecer.

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“Mi madre conducía autobuses escolares y se cansó de mí. Pasé dos años en la calle dando tumbos, durmiendo donde podía, en el jardín de mis amigos, donde fuera. Podía haber sido traficante. Podía haber terminado en la cárcel o muerto. Pero comencé a ir al gimnasio y me empezó a gustar el baloncesto”, aseguró en el documental The Last Dance.

Rebeldía, indisciplina, exotismo y más, son aquellos recuerdos que surgen cuando alguien dice Dennis Rodman. Pero eso no debe nublar su legado como el basquetbolista que se enfrascó en duelos con jugadores de la talla de Karl Malone, Michael Jordan o el propio Shaquille O’Neal.

Su juego se caracterizó por ser férreo a la hora de capturar rebotes y chocar con los rivales, además de que podía leer las jugadas de los rivales con facilidad para detenerlas. Fue clave en el legado que construyeron los Bulls.

Llegó a la NBA a través de los Detroit Pistons en 1986 y allí supo que era la gloria, incluso se la arrebató a un joven Jordan. Con los Pistons ganó los campeonatos de 1989 y 1990. Después, jugó para San Antonio y tras no destacar fue traspasado a los Bulls de Chicago, en donde fue parte de una de las dinastías más poderosas en la historia y alcanzó sus otros 3 anillos de campeón (1996-1998).

Durante toda su carrera sumó un total de 911 partidos oficiales en la liga estadounidense y promedió un total de 7.3 puntos, 13.1 rebotes y 1.8 asistencias por juego.

Su trayectoria no fue perfecta, tuvo episodios de irresponsabilidad con sus equipos o compañeros. En ocasiones la necesidad de satisfacerse así mismo puso en riesgo el bien colectivo.

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