Todo indica que la Liga MX y la MLS unirán sus caminos por muchos años más. Esa es la alianza estratégica que el futbol mexicano ha ponderado por ser la que más se adecua a sus objetivos comerciales. El Juego de Estrellas, un partido sin sentido que ni siquiera ha ofrecido entretenimiento, es la muestra más evidente de que el aspecto deportivo es la última de prioridades para los directivos mexicanos. Lo peor del asunto es que México ha perdido las dos ediciones de estos partidos: el ridículo es doble.
Ayer la ironía tuvo su propio partido: mientras las estrellas del futbol mexicano intentaban superar a sus vecinos, en Sudamérica se jugaron los Cuartos de Final de la Copa Libertadores.
La añoranza de los aficionados fue inevitable: cómo no extrañar el segundo torneo más importante a nivel mundial. Nada tienen que ver los absurdos juegos de habilidad (que tampoco en eso pudieron brillar nuestras estrellas) con esas noches de pirotecnia, hostilidad y, obvio, buen futbol. Porque eso es lo más cerca que ha estado México de un nivel verdaderamente competitivo: medirse con los equipos más importantes del Cono Sur, especialmente los brasileños y argentinos.
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Ya nada queda de eso y lo mejor sería acostumbrarse. El futbol mexicano comprendió que no le convenía atarse a Sudamérica si pretendía gozar de los beneficios que su rol hegemónico le otorgaba en Concacaf. En 2017, cuando Conmebol anunció una modificación en su logística—la Libertadores pasó a jugarse durante todo el año calendario, cuando antes de disputaba en los primeros seis meses—, la Liga MX no tuvo dudas sobre el camino que debía seguir: aferrarse a la Concacaf. Aunque existen casos de cambio de Federación, como Australia que pasó de Oceanía a Asia, está claro que México nunca hará eso pues sería darse un balazo en el pie.
Se suele decir, para atenuar los lamentos por la realidad, que “aquí nos tocó vivir”; sin embargo, esa frase resignataria en realidad gusta bastante a los federativos. En Concacaf se saben dueños del pastel y de todos los beneficios que eso implica. Las hazañas de Chivas, Cruz Azul y América en la Libertadores podrán ser todo lo entrañables que se quiera, pero cuando se trata de finanzas y poder no hay nostalgia que valga. Con el Mundial de 2026 en puerta, habría sido ilógico que el futbol mexicano diera un paso costado o que siguiera menospreciando a los torneos de su zona, como hacía cuando tenía que elegir por alguno de los dos.
Incluso se puede decir que la Libertadores echa de menos el sazón que aportaban los clubes aztecas —y también los jugosos patrocinadores que acarreaban—. El principal torneo del continente ha perdido lustre e interés, en gran medida por el dominio absoluto de los equipos brasileños, cuyo músculo financiero los saca de la media y, al mismo tiempo, hace todo muy predecible. No es que México podría discutir el reinado brasileño de buenas a primeras, pero es cierto que se trata del único país en Latinoamérica con los recursos financieros para equipar a sus planteles con jugadores de buen nivel.
Tampoco nos engañemos: siempre se pagó el derecho de piso. Hubo hurtos flagrantes, zancadillas, discriminación —como en 2009, por la influenza AH1N1— y todo tipo de jugarretas sucias. Sin embargo, los buenos y malos recuerdos de la Copa Libertadores se mantienen intactos en la memoria de los aficionados mexicanos. No es para menos: durante 18 años entendimos esa ¿magia? de la que tanto se regodean en Sudamérica. Esos días no volverán por más que las evidencias dejen al descubierto las abismales diferencias entre ese nivel y el que vemos actualmente. México, tan cerca de la MLS y tan lejos de la Copa Libertadores.