Xalapa, Ver. – Construido en 1831 como el primer cementerio civil de Xalapa, el Antiguo Cementerio Municipal, conocido como Panteón 5 de Febrero por su ubicación, acumula más de 190 años de historia arquitectónica, que va desde el barroco hasta el estilo neoclásico, lo que lo convierte en uno de los espacios de mayor valor histórico para la ciudad. 

De acuerdo con el cronista de la ciudad, Vicente Espino Jara, la importancia de este sitio se encuentra más allá de la amplia lista de personajes ilustres que ahí descansan, pues las tumbas dan cuenta de la historia arquitectónica de Xalapa.

El estilo barroco tradicional, neogótico, neoclásico, tardío, art Nouveau, art déco y monumentos eclécticos, son parte de la gran variedad de artes y épocas que encierran los muros de este panteón. 

Adornada con una escultura de don Pantaleón Serdán, la tumba de la familia Serdán es un ejemplo claro del neoclásico; así como la tumba donde se encontraban los restos de San Rafael Guízar y Valencia, que es una especie de pequeña capilla estilo art nouveau.

Creado previo a la promulgación de las Leyes de Reforma como el primer cementerio civil de Xalapa, este sitio se concibió originalmente como un espacio lejano de la ciudad, que con el paso del tiempo fue creciendo hasta extenderse al Antiguo Camino Nacional o Carretera Nacional, que hoy es la avenida 20 de Noviembre. 

En sus planos originales, el cementerio era un cuadrado con una capilla al centro, siguiendo los patrones tradicionales de la época. Tras la separación de la iglesia del Estado, la capilla entró en desuso y en 1892, a la muerte del General Juan de la Luz Enríquez, su cuerpo se depositó en este lugar, que se conocería como el Mausoleo al General Enríquez.

Entre los personajes que ahí descansan o descansaron, destacan los restos de Enrique C. Rébsamen, piedra angular en la historia de la educación; Antonio María de Rivera, el ex gobernador Antonio Pérez Rivera, los Mártires del 28 de Agosto, la familia Sayago, Mariana, Antonio y Bernardo; y Justo Fernández, abuelo y padre, cuya tumba tiene la particularidad de ser una réplica de donde descansa el General Maximino Ávila Camacho, suegro de don Justo Fernández, en Teziutlán.

Además de todas estas tumbas, el cementerio conserva una sección de columbarios, paredes donde también se sepultaban personas como una forma de hacer sepelios de primera, segunda y tercera clase; es parte de la arquitectura que hoy día vale la pena recuperar, “pues muchos de los elementos arquitectónicos originales han desaparecido víctimas del tiempo y de incontables actos vandálicos a lo largo de los años”, concluyó el Cronista de la Ciudad.

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