El furor por el Gran Premio de México no ha estado exento de momentos incómodos. A las miradas de recelo constantes por considerar elitista a este evento, se ha sumado un cúmulo de experiencias negativas para los propios pilotos de la Fórmula 1. No fueron pocas las estrellas del roster que hicieron manifiesta su inconformidad por los excesos de un grupo selecto de aficionados, que han pagado hasta 100 mil pesos para estar en las entrañas del evento del año.

Todo nació debido al formato F1 Experiences, el cual se ofertó, a nivel exclusivo por un costo de hasta 100 mil pesos, como un acceso para poder disfrutar de la carrera internamente, incluida la oportunidad de tener acceso a los pilotos. Sin embargo, durante las clasificaciones, todo se descontroló. Los fans no dejaron en paz, en ningún momento, a los pilotos. Lo más normal, según las crónicas, era el hostigamiento para obtener una fotografía.

“Me encanta tener a los aficionados a mi alrededor y animándonos. Supongo que al ser latinos tenemos una especie de relación especial con el público. Solo les pido que mantengan la calma, que estamos en un paddock, que no empujen o no griten demasiado”, dijo el piloto español Carlos Sainz, de Ferrari.

Pierre Gasly, piloto francés de AlphaTauri, apuntó que siempre intentan atender a los fans, pero que ellos deben entender que los pilotos están realizando un trabajo y deben aprovechar su tiempo. Destacó que encontró su mochila abierta. “Este fin de semana no me he atrevido a salir del ‘hospitality’ porque si lo haces te acosan. Ayer llegué aquí con la mochila abierta en la que llevaba el pasaporte y ni me había dado cuenta. Es estupendo que haya fans, pero tal vez haya que encontrar la manera de que entiendan donde están los límites y cuando deben darnos un poco más de espacio”. Daniel Ricciardo, por su parte, dijo que los fans ni siquiera decían por favor ni gracias. Tomaban la foto a las prisas y se iban.

¿Es bien vista esta tendencia únicamente porque la hace gente nice? ¿Cómo sería al revés? Supongamos, por un momento, que los pilotos se reunieran en alguna plaza pública de Ciudad de México. O que alguno de ellos saliera a comer a algún lugar concurrido en las inmediaciones del Autódromo Hermanos Rodríguez —que, por cierto, no está ubicado en una zona privilegiada de la Ciudad de México—. La reacción popular sería obvia: se agolparían ante sus ídolos y no habría nadie que pudiera detenerlos. Pero sería gratis. Y ahí habría un gran juicio para todos ellos: ‘no sean nacos, dejen a los pilotos en paz, se llevan una mala imagen de México’.

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