En la 45ª ceremonia de los Premios de la Academia que se realizaba en Estados Unidos en 1973, ocurrió un hecho inesperado para los organizadores y para el público en general. Marlon Brando no subió al escenario para la premiación, y en su lugar envió a la joven Sacheen Littlefeather -cuyo nombre de nacimiento era Marie Louise Cruz- portando una vestimenta india, para que, a nombre de su representado, rechazara el Oscar al Mejor Actor que ese año se le otorgaba.
Sobre ello, el ya célebre histrión argumentaría que de esa manera había boicoteado el evento con la finalidad de protestar por las infames representaciones que la industria del cine en Hollywood acostumbraba hacer de los nativos americanos.
Marie Louise Cruz, no era nativa americana y había fabricado la historia de que era de esa ascendencia, quizá para encontrar trabajo en el cine. Y pudiera afirmarse que Littlefeather no fue una víctima por destino sino por elección. Tejió su leyenda y trascendió. Quizá ahí radica la magia para que triunfara en la vida y se siguiera recordando.
Y esa victimización por elección puede ser lo que hay en miles de personas en estos momentos. Al final cada uno cree lo que le conviene, aunque intrínsecamente cada quien sepa sus mentiras. Lo anterior se afirma por los modos en que el presidente López Obrador intenta minimizar la megamarcha ciudadana del domingo pasado en defensa del Instituto Nacional Electoral.
El presidente y sus corifeos no aceptan la participación de cientos de miles de ciudadanos que salieron a tomar pacíficamente las calles de las principales ciudades de la república mexicana. Los negadores de esa asombrosa realidad son los mismos que no hace mucho ofrecieron el precio de la gasolina a 10 pesos, un crecimiento del Producto Interno Bruto del 6 % y que la corrupción terminaría el 1 de diciembre de 2018. Pero el no reconocimiento no interesa mucho, la danza de cifras no es lo importante, el efecto real es que, con su participación, la sociedad se decidió a tomar parte de los asuntos públicos.
Entre burlas, descalificaciones y victimizaciones, en ambos bandos, se hace necesario reconocer que ninguna persona es benditamente buena, ni malditamente mala. Las instituciones que se crearon después de la mitad del siglo XIX y durante el XX vivieron momentos de victimización genuina. Por ejemplo, las victimas de persecución política y agresiones violentas, desaires menores, acoso o insultos verbales.
Pero el hábito de adoptar una postura de victimismo es la ruta fácil y se da con demasiada frecuencia. Esto sí puede dañar a las sociedades, a las relaciones interpersonales y a las supuestas víctimas. Las personas con tendencia al victimismo interpersonal, sienten muy intensamente su propio sufrimiento, pero tienden a ignorar el sufrimiento de los demás.
Sin embargo, el victimismo si trasciende las fronteras políticas. Una historia de victimización, percibida o real, a menudo se trata como una credencial que otorga credibilidad y autoridad moral a una persona, grupo o punto de vista en particular. Se olvida que ser diferente no te hace mejor ni peor que los demás.
En el caso de los grupos minoritarios, los pobres y los que no tienen voz, a menudo lo reclaman, pero también lo hacen los miembros de varias mayorías, los grupos de gran riqueza y las figuras prominentes de nuestra sociedad. En tales ejemplos se exhibe lo que caritativamente podría llamarse un complejo de persecución, a menudo reuniendo a sus partidarios con la afirmación de que ‘todos somos víctimas’.
La polarización mexicana, montada astutamente por el obradorismo, ha creado una tendencia en la que muchas personas se consideran “víctimas de las acciones malévolas de otros” y siguen “preocupados por haber sido heridos, mucho después de que el evento haya terminado”. Esos individuos tienen la necesidad de reconocimiento de la victimización y la afirmación de esa condición. Si no son reconocidos en su sufrimiento, se profundiza la sensación de que fueron agraviados.
Ante las circunstancias, López Obrador tiende al victimismo y parece que espera que los ‘perpetradores’ asuman la responsabilidad de sus supuestos actos, que hagan acto de contrición o demuestren sentimientos de culpa por sus acciones. Quizá lo mejor es pasar de sus dichos, porque el desaire terminará por irritarlo y seguirá agravándose su resentimiento.
No hay ‘moralidad inmaculada’, hay falta de empatía, mucha rumia y la ambición por perpetuarse en el poder, en un país donde las libertades se han defendido desde hace más de 200 años, cuando menos, y el siglo XXI no es la excepción.
Littlefeather parece haber mantenido su identidad de ‘nativa americana’ hasta su muerte, ¿En la construcción de su historia para la posteridad, pasará López Obrador de la polarización a la victimización, si no ve materializada su transformación?