Dante Delgado Rannauro fue gobernador de Veracruz (1988-1992), que después se le atravesó inocentemente al presidente Ernesto Zedillo, cuando éste le encargo resolver el problema de Chiapas, en los tiempos protagónicos del Subcomandante Marcos y el EZLN, a mediados de la década de los noventa.
Siguiendo su estilo de toda la vida, en esos años el político alvaradeño creyó que su egocentrismo serviría para resolver todo tipo de problemática. Para su infortunio, no ocurrió así en Chiapas. Ahí precisamente surgió el motivo y su paso por la cárcel, lugar desde donde se dio la creación de Convergencia por la Democracia, el partido que hoy conocemos como Movimiento Ciudadano (MC).
Pero fue en los tiempos triunfales del obradorismo, de la 4T, cuando Dante y su MC se convirtieron en el partido de moda. Y lo real es que esa dualidad simbiótica mantiene su tendencia a crecer, más allá de los grandes triunfos electorales de Jalisco y Nuevo León donde los emecistas naranjas ganaron las gubernaturas.
Y es que las famosas flechas a la luna que lanza el exgobernador jarocho, han acercado estratégicamente hasta Dante a Luis Donaldo Colosio Riojas, uno de los más mencionados prospectos a la presidencia de la república, con números cercanos a los que tienen los denominados prospectos “corcholatas” de la 4T.
En Veracruz, y con miras a la sucesión gubernamental en 2024, las cosas no se ven muy claras, respecto al papel que quiere jugar Dante. Faltando unos meses para iniciar el proceso, Delgado Rannauro no ha querido o no ha podido definirse para que la ciudadanía estatal, sepa si jugará un juego propio o simplemente jugará el juego de López Obrador.
Dante puede ser el simple actor calculador al estilo de su alianza con el PAN-PRI-PRD de la elección pasada, o puede convertirse en el verdadero factor que determine la derrota de Morena y del obradorismo en 2024. En Veracruz puede ser quien encumbre a Pepe, Héctor, algún otro Yunes o al candidato aliancista que resulte, o puede convertirse en el enterrador de tal propuesta. O como se ha dejado sentir, aplicará la política de la gelatina -moverse mucho sin avanzar nada- o no se moverá, y sólo tendrá un candidato para cumplir con el compromiso ante sus militantes, en cuyo caso no se vislumbra una votación copiosa que haga pensar que sí movió fichas y fuerzas verdaderas.
Ya se verá si Dante Delgado decide tomar parte activa de esta contienda en Veracruz o si, con la camiseta del esquirol, solamente le hace el juego al residente del palacio nacional. Y como sospechan los escépticos, se confirmaría la cercana relación y los amarres políticos que mantienen desde principios de los noventa el veracruzano y el tabasqueño.
En todo caso, Dante es libre para decidir lo que le convenga, aunque alguna vez dijo que en su maleta sólo lleva a Dante. O tal vez reafirmará aquella vieja sentencia de que “nadie es profeta en su tierra”.