México no tiene un portero de nivel élite. No lo es ni Guillermo Ochoa ni Carlos Acevedo. El debate de la portería nacional y sus posibles ocupantes se ha centrado principalmente en el aspecto generacional y en la cantidad de arqueros que hay. Desde muchas tribunas se ha hablado de lo inconveniente que resulta que Ochoa siga en el Tri pese a tener ya 37 años, y que en caso de materializar su deseo de jugar un Mundial más, el de 2026, llegaría a la justa con 41 años.
También se ha hecho énfasis en que, ni modo, es lo que hay. Hace unos años parecía que el arco era la única zona del campo donde México podía decirse bien cubierto: Ochoa, Talavera, Corona, Muñoz, Orozco, Cota. Hoy en día la realidad dicta dos variantes: hay poco de dónde elegir y dentro de ese margen limitado los porteros son o muy veteranos, o muy inexperimentados o muy irregulares. La baraja se ha achicado de manera notable.
Pero la crisis se torna todavía más profunda si se toma el factor calidad. Las condiciones de los porteros mexicanos están lejos de ser las que prevalecen en el mundo, en el futbol de élite, principalmente. Guillermo Ochoa y Carlos Acevedo valen para empezar en análisis —porque la experiencia de uno y el supuesto futuro que aguarda en las manos del segundo—. Ambos son porteros altos: 1.85 y 1.82, respectivamente.
Hay dos problemas, uno en cuanto a la estatura y otro sobre sus condiciones futbolísticas (ambos tienen problemas crónicos cuando se trata de salir a jugar por arriba y no son brillantes con los pies). En todos los clubes y selecciones de élite el portero mide siempre arriba del 1.85. No hay porteros que bajen de ahí, y de hecho eso ya es mucho, porque la tendencia apunta a los arqueros gigantes, a los que sobrepasan el 1.90. Habría que mirar a los últimos cuatro semifinales del Mundial de Qatar 2022: Emiliano Dibu Martínez mide 1.96; Hugo Lloris, 1.88; Yassine Bounou, 1.95; Dominik Livakovic, 1.87. Y lo mismo con los últimos cuatros semifinalistas de la Champions League: Thibaut Courtois mide 1.99; Alisson, 1.93; Ederson, 1.88 y Gerónimo Rulli, 1.89. En la conversación pueden entrar otros guardametas de primer orden: Jan Oblak (1.88), Ter Stegen (1.87), Donnarumma (1.96) y Manuel Neuer (1.93).
No se trata sólo de ser alto: unánimemente, esos porteros saben salir por arriba. Y muchos de ellos son hábiles en el manejo del juego de pies, fundamental en la actualidad, cuando se pide que el hombre de los guantes sea un jugador de campo más. Keylor Navas mide lo mismo que Ochoa (1.85), pero es claro que lo supera no sólo en el juego aéreo: también tiene mejor colocación y reflejos, por algo jugó y brilló en el Real Madrid en la misma época en que Ochoa pasó por equipos como el Málaga, Granada y el Standar de Lieja.
México sólo ha tenido, en los últimos años, un portero arquetípico para encajar en el futbol europeo: Raúl Gudiño (1.96 metros). Fue fichado por el Porto cuando tenía 18 años, porque tenía el potencial para despuntar. Pero no pasó, y el tiempo confirmó que si bien tenía las condiciones (alto, fuerte y con alcance) no contaba con las cualidades: no sabía jugar el área, cometía errores evitables —grotescos, muchos de ellos— y no sumaba con los pies. Por eso no tuvo futuro en Europa, después de dos préstamos, y tampoco en México ni en la MLS, porque terminó siendo banca en Chivas y Atlanta.
El futbol mexicano tuvo a porteros de época que no eran altos, como Jorge Campos y Óscar Pérez (1.70 y 1.72), pero la tendencia que enmarca el futbol de élite apunta hacia el otro extremo: porteros enormes que, además, sepan jugar el área —que les sirva y que aprovechen su estatura— y que, de preferencia, tengan técnica decorosa —privilegiada en algunos casos, como el de Neuer—. Son los tiempos que corren y habrá que asumirlos como la realidad de larga duración. Y México, en esa realidad, no tiene porteros ni en cantidad ni en calidad.