Las ciudades en México siguen su curso como si en el país no estuviera pasando nada grave. La gente parece estar confiada en que aún se puede hacer algo por la república, pero los ciudadanos somos más proclives al chismorreo y a la lapidación, antes de fijar la atención en lo mal conformada que está la opinión pública.
Lo que sucede en gran parte del país obliga a centrarse en lo importante, a salir a la plaza pública a señalar lo que está mal hecho o lo que no se debe hacer y a hacer propuestas viables y positivas, respetando a los que no piensan igual. El panem et circenses (pan y circo), que realizaban muy bien los emperadores romanos, sólo ha servido para exhibir el desmedido afán de juzgar, obligar y prohibir las libertades.
Y es que la pasión moralista que pulula en el ambiente es lo que da gas a cosas irrelevantes, como las conferencias mañaneras del presidente López Obrador, en donde se crucifica a personas y se juzga, adjetiva o descalifica a instituciones que quieren cumplir sus responsabilidades, cuando ello no es favorable a la ideología del régimen obradorista. Por eso gran parte de la sociedad está concluyendo que las mañaneras de AMLO son un mecanismo de propaganda y desinformación.
Pero lo que no quieren entender los obradoristas, es que las leyes no pueden cumplir con nuestra opinión, sino deben respetarse con cabalidad, honradez y transparencia en favor de la sociedad. Sin embargo, las masas cuatroteístas creen que la convicción democrática es suficiente para quebrantar el Estado de Derecho, cosa que, desde luego, no puede ser así.
Los ideales totalitarios abren el camino a los gobiernos autoritarios. En México, los transformadores quieren crear un dios para que administre cualquier moralidad con el apoyo implícito de las multitudes, lo que representa una conducta hipócrita y descarada.
La idea de que el dinero todo lo corrompe, supone una cierta falsedad y una ignorancia afectada sobre cómo nos comportamos en realidad, que casi siempre tiene que ver muy poco con las beatíficas doctrinas que decimos venerar. El fariseísmo no es sólo algo que pasaba en tiempos del nuevo testamento.
Por ello, la furia inquisitoria del señor López Obrador y su séquito, sólo son distractores morales. Y esto se afirma, porque la población sabe que la corrupción va en aumento, que la ineficiencia gubernamental es una constante, y que la inseguridad, el desempleo, el desabasto de medicamentos, el desastre de la economía, la inflación y la expansión de los cárteles de la droga, crecen día tras día con los gobiernos morenistas.
Pero el chismorreo es lo de hoy. La acción política y la participación ciudadana son basura para aquellos que están “abotargados” e hinchados con el efímero poder público. Así es como seguirán pasando cosas increíbles en México, en dónde la única esperanza está en que la sociedad no se acostumbre a ello, porque lamentablemente, en estos tiempos de cuarta, cuando se conocen o trascienden actos de corrupción política, se escucha como cantaleta perdedora esta frase teledirigida desde las entrañas del morenismo: “¡Todos han hecho lo mismo!”
Eso demuestra que no vivimos en una normalidad democrática y que nos falta mucho para lograr un equilibrio entre los poderes del Estado. Aunque hay una buena mayoría que prefiere las cuentas a los cuentos que nos maldicen día con día.
En el 2024 veremos quienes son los ciudadanos que suman o restan para México. El valor político que se concede a la suma, y el repudio que se reserva para las operaciones que suponen una merma, representa, en política, que el tamaño importa y mucho.
Ojalá no nos conformemos con poco. Ya se verá.