La última vez que Novak Djokovic tuvo la oportunidad de ser, en solitario, el tenista con más grandes de la historia fue en la final de Abierto de Estados Unidos de 2021. Aquel día, además, podía completar el póquer de Grand Slam y dar un paso para convertirse en el más grande de todos los tiempos.
Aquel día le tembló el brazo y el ruso Daniil Medvedev, contra todo pronóstico, se apuntó el primer torneo grande de su currículum.
Dos años más tarde, el tren vuelve a pasar por la puerta del serbio en la final de Roland Garros, que para él tiene, otra vez, una dimensión histórica: No solo puede superar a Rafa Nadal en número de Grand Slam, sumar el ansiado 23, también puede recuperar el número 1 del mundo que cedió hace unas semanas al español Carlos Alcaraz.
Por eso, al partido de este domingo en la pista central de París, los 15.000 espectadores asistirán al duelo entre Novak Djokovic, número 3 del ránking y tres veces ganador de Roland Garros, contra el noruego Casper Ruud, número 4 del mundo y finalista de la pasada edición.
Pero, sobre todo, asistirán al duelo del serbio contra sus propios fantasmas, contra el miedo al vacío de haber conseguido todos los objetivos y quedarse sin razón para vivir. El mismo que pareció atenazarle aquella tarde neoyorquina de 2021 contra Medvedev.
Todos los números están a favor del de Belgrado, que a sus 36 años ha decidido dar prioridad a los Grand Slam, con una eficiencia asombrosa. Encadena 20 triunfos en este tipo de torneos, no pierde desde que el año pasado en cuartos de final Nadal le derrotó en un partido que forma ya parte de la leyenda.
La ausencia del mallorquín por motivos de salud le brida ahora una oportunidad dorada de asaltar su trono, ese en el que instaló una hegemonía de 14 triunfos saludada por el torneo con una estatua que, aunque sin su presencia, le hace reinar en los pasillos del Bois de Boulogne.
Sin opción de borrar esa huella, Djokovic tiene la posibilidad de mostrar que ahí, en la tierra de su mayor rival, es el tenista más completo y convertirse en el primer varón en levantar al menos tres veces todos los Grand Slam.
Además, desbancaría al español como el más veterano vencedor en París, pero esa cuenta no es más que cuestión de unos días.
Con su triunfo en el pasado Abierto de Australia, el serbio igualó en número de grandes con Nadal. Ahora, tiene la opción de hacerlo con Serena Williams y quedarse a uno de Margaret Court, por eso de que la búsqueda de la leyenda siempre tiene un escalón suplementario.
A LA SOMBRA DE ALCARAZ
Djokovic no ha completado su mejor torneo en París. El serbio ha estado algo a la sombra de un Alcaraz que atrajo todos los focos y eso le permitió ir avanzando en silencio, discreto a rebufo del español, que falló el día clave, atenazado por sus problemas físicos provocados por un exceso de presión que, a sus 20 años, acabaron por pasarle factura.
El serbio solo tuvo que asentarse en la inmensidad de su palmarés para hacer descarrilar al español y, ahora, liberado de su principal amenaza, recoger los frutos depende solo de que no se crea ya ganador.
Porque Ruud, el mismo finalista que hace un año caía en tres sets casi sin batalla contra Nadal, el que en el pasado Abierto de Estados Unidos perdía en la final contra Alcaraz, el que no ha sido capaz de arrebatarle un set a Djokovic en las cuatro confrontaciones previas, no apunta a tener tenis para inquietar al serbio.
El noruego, formado y pupilo de la academia de Nadal, tiene un tenis sólido, constante y monocorde, pero pocas armas para atacar.
Sus números demuestran que es el tenista con más victorias sobre tierra batida en lo que va de década, pero también que esos triunfos no le han llevado a ganar ni siquiera un Masters 1.000, lo que demuestra que le falta el brillo que distingue a los grandes de los gigantes.
A las puertas de su tercera final de un Grand Slam, Ruud sigue sin convencer como serio aspirante a hacer temblar la leyenda. Su principal aliado serán los miedos de su rival.