México da pena en futbol y nadie debería enojarse. Es una verdad comprobada partido a partido, torneo a torneo, año tras año. Pasa que el presente es tan malo que hace ver como bueno lo (poco) que se consiguió antes. Y pasa que todo el mundo pierde la cabeza para tratar de entender por qué está pasando esto. No es tan grave. No sucede nada realmente: las cosas en el mercado siguen costando lo mismo con el tercer lugar de la Nations League. Aunque los programas de televisión elaboren mil teorías cada vez que México deja de ser el Gigante de la Concacaf (después vuelve a serlo y listo, el apocalipsis fue una falsa alarma).

Las soluciones están en todos los diagnósticos: hay que reducir los extranjeros. Varita mágica. Ya con eso México ganará todo en futbol y, por obviedad, el país será un mejor lugar en todo los rubros que sí importan. Un poco de felicidad momentánea. Pero no pasa de ahí: el país es el mismo, y su futbol, también. La casa nunca pierde ni siquiera en días como estos, en los que el globo no soportó más inflación, explotó y va en caída libre.

Tocar fondo. Siempre se toca fondo en el futbol mexicano. Bastará una buena racha en la Copa Oro para que las campanas vuelvan a sonar. Y ni siquiera tanto. El partido contra Honduras, seguramente, volverá a estar repleto de aficionados mexicanos porque, finalmente, la Selección es un pretexto, es lo de menos. Lo que importa es y disfrutar del momento, de la convivencia, de todo lo que no tiene que ver con el balón. Y eso los aficionados lo hacen esté como esté el Tri, el equipo de todos, lo oncena azteca, los muchachos, los ratones verdes.

Si alguien duda de la rentabilidad de la Selección Mexicana, bastará un ejemplo televisivo para ilustrarlo. Ya se sabe que hay dos empresas que explotan los derechos de transmisión en México: Televisa y TV Azteca. Es normal entender que ellos ganan mucho dinero de ahí, porque pasan los partidos, venden menciones y, pase lo que pase, tienen a la audiencia en la palma de la mano. Pero luego vienen las demás cadenas, las que no tienen los derechos de transmisión, pero también viven de la Selección Mexicana. Por eso ESPN y Fox Sports cuentan con tantos programas de “análisis”, pero no con los derechos, porque el Tri es tan generoso, a nivel comercial, que reparte rebanadas de pastel para todos.

Por eso siempre es lucrativo lo que tenga que ver con la Selección y sus penas. Porque siempre hay algo, alguien a quien criticar. Incluso cuando se sufre. Robben se convirtió en villano nacional. Osorio pasó del odio al amor en 90 minutos y del amor incondicional al destierro en una semana. Martino era prácticamente el culpable de todos los males actuales e históricos de la Nación. Cocca, Lozano, el que venga, el que suene. El futbol seguirá siendo lo mismo en México. Los jugadores serán amados u odiados, pero tampoco se acaba el país si no tenemos a nadie que juegue una final de la Champions.

Los analistas podrán llamar a no ir al estadio, a no comprar playeras, pero nunca dirán: muchachos, no lo vean por televisión. Tienen que verlo y saber qué pasa, para que así después formen sus opiniones con base en nuestros juicios, gritos y peleas al aire (si el espectáculo no lo da el futbol, lo tienen que dar ellos). Si realmente el negocio estuviera en riesgo, se haría todo lo que dicen los médicos del futbol: esos diagnósticos que existen en todos lados y que todos conocen. Así tendríamos el futbol que siempre soñamos.

Y no por eso se arreglarán ni empeorarán los problemas del país. Hay quienes ponen a la vida a girar alrededor de un balón y, al hacerlo, pervierten en lado recreativo y disfrutable que este y todos los deportes tienen. No es una cuestión de vida o muerte, aunque a los jugadores, entrenadores y medios de comunicación nos encante hablar en esos términos. Es un deporte y ya. El más consumido, emocionante, pero un deporte.

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