Con la autoridad que le da su condición de bióloga, la novelista mexicana Mónica Lavín asume el acto de escribir cómo quien analiza por un cristal de aumento seres invisibles o usa espejos curvos para observar los más alejados.

“Escribir es usar un instrumento óptico, ya sea el microscopio para agrandar lo pequeño o el telescopio para acercar lo lejano. La escritura es una lente; el instrumento escoge lo que hay magnificar”, aseguró la autora este sábado en entrevista con EFE.

Hace meses Lavín realizó un ejercicio poco común en la literatura; sacó del cajón su primera novela, “Tonada de un viejo amor”, le dio una repasada y se la propuso a la editorial Planeta, que la publicó.

La obra recrea la historia de Cristina, hija de una familia de oligarcas en San Lorenzo, pueblo vinicultor del norte mexicano, quien vive una relación prohibida desde la plenitud sexual con Carlos, un hombre mundano, muerto en un accidente tiempo después.

Contar que el personaje muere no es ‘spoilear’ la novela porque Lavín lo deja claro en la primera página, en la que advierte sobre la melancolía de los entierros.

PROSA COMO GOLPES DE REVÉS

Como una tenista derecha que prueba a pegarle a la pelota con la zurda y comprueba que puede colocar buenos golpes de revés, Mónica, una cuentista de raza, se arriesgó hace 25 años a escribir una novela y el resultado fue un libro bien escrito, que se puede leer de corrido.

“Yo creía que resolvería en un cuento lo que me inquietaba y luego me di cuenta que necesitaba saber más de los personajes; fabulé un contexto, una especie de biografía, y me deslice al territorio de la novela”, confiesa.

Dividido en capítulos como cuentos cortos, el volumen está escrito con una prosa musical, lo cual hace juego con alusiones a un compositor al inicio de la obra y la aparición al final de un saxofonista estadounidense llamado Doug.

“Escribir mi anterior libro, ‘Últimos días de mis padres’ me hizo pensar en las decisiones que deben tomar los hombres y las mujeres cuando se van. Aquí es al revés, se quedan porque es lo único que les da presencia; todos son frágiles, menos Doug. Al releer la historia, el gringo me gustó mucho”, cuenta.

NADADORA EN UN RÍO CAUDALOSO

Después de publicar por primera vez “Tonada de un viejo amor”, la escritora persistió en los textos de largo aliento y en el 2009 ganó el Premio Iberoaméricano de novela Elena Poniatowska. Tiene experiencia para hablar de género y lo hace de manera poética.

“La novela es como el nado en un río, donde puedes llegar a la otra orilla, pero la corriente te va llevando a otro lado. Sabes que quieres llegar, pero la orilla se mueve. La novela es andar por un paisaje que te va a devolver imprevistos; es impredecible, por eso es apasionante su escritura”, explica.

Mónica nada a contracorriente y llega al final con un libro que le hace un guiño a la condición de la mujer. Cristina se acuesta con dos hombres y la llaman puta, mientras Carlos tiene numerosas relaciones y es un macho de pueblo, admirado por sus conquistas.

“Todavía muchas mujeres permanecen sin un margen de libertad para granjearse un respeto. Por eso vivimos los feminicidios; las mujeres pertenecen a alguien y sino a nadie. En cambio Carlos es el golfo aplaudido. Yo estaba pensando en una mujer de los años 40 y 50, en una población pequeña, pero todo eso sigue pasando”, lamenta.

Al final Doug demuestra que no todos los hombres son iguales, se la juega por la mujer y se concentra en dar, en una relación sin sobresaltos.

“Ningún escritor puede tener modelo preconcebido de cómo son los hombres. Las mismas fragilidades nos asisten a todos; Doug sí toma una decisión; su amor consiste en dar, desinteresado. La virtud del tema amatorio es tener la capacidad de amar, que uno sea capaz de amar”, asegura la novelista.

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