Aunque dejar de escribir novelas será una “tragedia intelectual importante” para Arturo Pérez-Reverte, el autor español asegura que será el lector el que le avise del final de su carrera porque “no hay nada más triste que un escritor que está muerto y no lo sabe”.

“Las agonías en las que pierdes los papeles son muy tristes”, destacó Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951), que sostuvo que le daría mucha pena acabar así aunque reconoció que para él será muy duro cuando llegue el momento de dejar de escribir.

Y aunque no sabe lo que le queda de vida literaria, sostuvo que le gustaría “rematar” su serie sobre las aventuras del capitán Alatriste, de la que publicó siete novelas y de la que aún le quedan dos entregas.

Pero, recuerda, fue “el lector” el que le dijo “Arturo, para ya” esta saga que comenzó en 1996: “y yo siempre hago caso al lector”: “pienso en el lector continuamente, es mi obsesión. No por vender más o menos sino porque no quiero decepcionarlo, es mi amigo”.Y dejó esta serie porque creyó que el mercado estaba saturado de Alatriste.

Al igual que cree que el mercado está saturado actualmente de novela negra, indicó Pérez-Reverte en Londres donde presentó este martes su nueva novela, “El problema final”, un libro editado por Alfaguara que rinde homenaje a grandes maestros como Arthur Conan Doyle y Agatha Christie y recupera la trama de detectives de las “novelas-problema”.

Los métodos de Sherlock Holmes son utilizados en esta historia en la que Pérez-Reverte propone un juego al lector para reivindicar la investigación inteligente.

Alejado de los asesinos en serie y de los “huesos enterrados”, Pérez-Reverte quiso regresar a novelas “como las de antes” para ver si el lector del siglo XXI era capaz de disfrutar del juego que se plantea en ellas: “le digo al lector, vamos a jugar a la novela-problema”.

En un recorrido por los pasos en Londres de Conan Doyle (1859-1930), creador del más famoso detective de todos los tiempos, Sherlock Holmes, y de su ayudante Watson, de los que escribió unas 60 historias, Pérez-Reverte recuerda cómo con esta historia regresó a lo que leyó siendo un niño y cuya relectura le ha devuelto “el aroma del hogar y la sensación que tenía cuando la literatura era un mundo por descubrir”.

Reconoce que nunca llegaría a ser Holmes sino, en todo caso, el “humilde Watson” porque, sostiene, “cuanto hay de talento en esta novela” no es suyo sino que lo ha “robado de una forma flagrante y gozosa” de los grandes maestros.

Lo ha hecho a través de lecturas y relecturas de autores como Agatha Christie y Conan Doyle, pero también de Jacques Frutelle, Edgar Allan Poe o Gaston Leroux, novelas donde la trama transcurría en un lugar cerrado que hacía el crimen en apariencia imposible, en un desafío a la razón y a las leyes físicas.

Para probar este desafío, relató Pérez-Reverte en un encuentro con periodistas tras visitar el museo de Sherlock Holmes en Baker Street, envió su manuscrito a la editorial sin el último capítulo con el objetivo de comprobar si había alguien capaz de adivinar el nombre del asesino de su trama. Y, aseguró, nadie lo hizo.

Su novela transcurre en un espacio cerrado, en una isla de un kilómetro cuadrado en el Mediterráneo donde un temporal deja a nueve huéspedes alojados en un hotel, y en el que uno de ellos, una discreta turista inglesa, aparece asesinada. Todos los indicios apuntan a un suicidio pero Hopalong Basil, un actor británico en decadencia que se hizo famoso por interpretar a Holmes en la gran pantalla, sospecha que detrás hay un crimen.

Y aplicando los métodos que aprendió interpretando durante muchos años al famoso detective, inicia una investigación para desenmascarar al autor del asesinato en un lugar del que nadie puede salir ni entrar.

En la novela se habla también de literatura y cine y de los límites que separan la realidad de la ficción.

Es, explicó Pérez-Reverte, una novela aparentemente fácil que puede leer un lector de tipo medio pero donde el lector cualificado “disfrutará como un gorrino en un maizal”. 

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