En pocas ocasiones en la historia de Veracruz, como en esta época, se coincide en que un buen candidato al gobierno estatal podría alcanzar fácilmente el triunfo en unas elecciones. Y es que grandes sectores de población, la gente mayor, muchos periodistas, grupos de intelectuales y analistas políticos con experiencia, consideran que en los últimos 100 años la entidad jamás tuvo un mandatario tan cuestionado e irrelevante como Cuitláhuac García Jiménez.
García Jiménez llegó al poder gracias al efecto López Obrador, que en esos días conjuntaba crecientes apoyos populares y de grupos estratégicos para alcanzar la presidencia, como ocurrió en la elección de 2018.
El impulso de AMLO fue el que jaló las simpatías locales para favorecer a Cuitláhuac. La presencia de Andrés Manuel en las boletas electorales fue lo que facilitó la designación y el triunfo del hijo de Atanasio García Durán como candidato.
Sin embargo, ya consolidado el obradorismo, ni siquiera con todo ese poder y respaldo constante, el gobernador veracruzano pudo hacer un papel medianamente aceptable. El ingeniero de la salsa, las máscaras y el festivalismo oportunista, se constituyó en el fracaso más costoso de Veracruz y del propio López Obrador.
A Cuitláhuac le creció la deuda pública, la corrupción, las irregularidades en el poder ejecutivo, la nómina con los cuates y todos los indicadores negativos, entre ellos la inseguridad pública, el desempleo, la pobreza extrema, la disminución de la producción, el desastre en salud y el incremento de la impunidad y el desaseo en los poderes legislativo y judicial. Por estas razones| las encuestas serias del país siempre lo han ubicado entre los peores gobernantes del país.
Por este conjunto de circunstancias adversas, y por los escasos logros, resulta complicado para un político proveniente del obradrorismo (llámese como se llame), comenzar a construir una candidatura viable que pueda emular lo conseguido por Cuitláhuac en las votaciones de 2018, cuando además debe agregarse que la delfín Claudia Sheinbaum carece del carisma y trayectoria de su creador e impulsor, y que ella se ha sostenido en las giras gracias a los miles de burócratas acarreados, junto a los becarios y pensionados que bimestralmente reciben el dinero que les dicen “que les manda AMLO”, pero que los beneficiarios saben que proviene de los impuestos de todos los mexicanos.
Hasta el momento hay cerca de diez prospectos morenistas que quieren ser el candidato o candidata oficialista; y enfrente, hay diez más que quisieran encabezar a la oposición.
La realidad es que el morenismo enfrentará el descrédito del gobernante actual, junto a las carencias o críticas y negativos del que resulte candidato o candidata al gobierno. Probablemente alguno tenga opciones válidas y que logren convencer a los escépticos votantes, pero eso falta por verse.
Del lado opositor (PRI, PAN, PRD o MC), aquel o aquella que realmente quiera competir para ganar la gubernatura, deberá primero aclarar y limpiar su expediente, alejarse de actitudes mediocres, fanfarronas, agachonas, grisáceas o rolleras, que a nadie envuelven en estos tiempos. Y deberán desarrollar propuestas congruentes y convincentes. No utopías o fantasías populacheras. Porque eso no reconstruirá al Veracruz que deja Cuitláhuac.
Como sea, los que al final lleguen a aparecer en la boleta electoral, tendrán la oportunidad de oro que representa un antecesor que se olvidó de los compromisos y que convirtió sus promesas en NADA. Lo que estos o estas propongan y presenten en sus campañas al electorado, siempre será mejor que el mal recuerdo de Cuitláhuac.
Así que Nahle o Pepe, Huerta o Héctor, Ahued o Julen, o quienes compitan finalmente el dos de junio próximo, tienen mucho por trabajar y consolidar antes de conseguir las nominaciones electorales para el gobierno de Veracruz en 2024.
El hecho es que, en efecto, se vislumbra una oportunidad de oro para ganar la elección, como jamás se observó en la historia veracruzana.