El Papa continúa su serie de catequesis dedicada a los vicios con la lujuria, un “vínculo envenenado” provocado por un manejo malsano de la sexualidad, que devasta las relaciones de las personas convirtiendo la belleza y el poder del enamoramiento en pornografía y “cosificación” del otro
La lujuria, un “vínculo envenenado” en el ámbito de la sexualidad entre los seres humanos, es el segundo vicio, después de la gula, al que el Papa dedica su catequesis de la audiencia general de este miércoles en el Aula Pablo VI. De la voracidad hacia la comida a la voracidad hacia otra persona, “un ‘demonio’ que está agazapado a la puerta del corazón, poniendo en “peligro” la hermosa dimensión de nuestra humanidad.
Atención: en el cristianismo no se condena el instinto sexual. Un libro de la Biblia, el Cantar de los Cantares, es un maravilloso poema de amor entre dos parejas de novios. Sin embargo, esta hermosa dimensión de nuestra humanidad no está exenta de peligros.
El misterio del enamoramiento
Punto de referencia ante esta amenaza lo es ya San Pablo que en la Carta a los Corintios advierte sobre el “manejo malsano” de la sexualidad, mientras que la experiencia humana revela el enamoramiento, una experiencia “un misterio” en cuanto se presenta como una “experiencia demoledora” en la vida de las personas, una realidad sorprendente de la existencia, de amores que se encienden, que se buscan o no se alcanzan que alegran o atormentan, como “las canciones que oímos por la radio”
“Si no está contaminado por el vicio, el enamoramiento es uno de los sentimientos más puros. Una persona enamorada se vuelve generosa, disfruta haciendo regalos, escribe cartas y poemas. Deja de pensar en sí mismo para proyectarse completamente hacia el otro. Y si le preguntas a una persona enamorada para qué ama, no encontrará respuesta: en muchos sentidos, el suyo es un amor incondicional, sin motivo”.
Un vicio odioso que devasta las relaciones
Un amor tan poderoso, continúa Francisco, que puede pasar por ingenuo, es decir, un enamorado que tiende a idealizar, que hace promesas sin sopesar, “un jardín” donde se multiplican maravillas que, sin embargo, no está a salvo del mal”, que está “contaminado por el demonio de la lujuria, un “vicio odioso”, que devasta las relaciones entre las personas, que puede llevar a “relaciones tóxicas, de posesión, carentes de respeto.
Son amores en los que ha faltado la castidad: una virtud que no hay que confundir con la abstinencia sexual, sino con la voluntad de no poseer nunca al otro. Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos, disponerse en el conocimiento de un cuerpo, una psicología y un alma que no son los nuestros, y que hay que contemplar por la belleza que encierran.
La lujuria que saquea y consume
En contraposición al amor, la lujuria “se burla”, “saquea, roba, consume de prisa”, sin pensar en el otro sino en su propia necesidad y placer. La lujuria – agrega el Pontífice- juzga aburrido todo cortejo, no busca esa síntesis entre razón, pulsión y sentimiento que nos ayudaría a conducir sabiamente la existencia”.
El lujurioso sólo busca atajos: no comprende que el camino del amor debe recorrerse lentamente, y esta paciencia, lejos de ser sinónimo de aburrimiento, nos permite hacer felices nuestras relaciones amorosas.
La voz poderosa de la sexualidad
El Santo Padre advierte sobre el poder de la sexualidad que, si no está disciplinada, desemboca en el peligroso vicio de la lujuria.
Entre todos los placeres del hombre, la sexualidad tiene una voz poderosa. Implica todos los sentidos; habita tanto en el cuerpo como en la psique; si no se disciplina con paciencia, si no se inscribe en una relación y una historia en la que dos individuos la transforman en una danza amorosa, se convierte en una cadena que priva al hombre de libertad.
La “cosificación” del otro
Francisco subraya que, ante la lujuria, el placer sexual se ve socavado por la pornografía, que no es más que una “satisfacción sin relación” que puede generar formas de adicción. “Debemos defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo” – puntualiza el Santo Padre, ese amor puro, el de la entrega del uno al otro, que es la belleza de las relaciones sexuales.
Ganar la batalla contra la lujuria, contra la “cosificación” del otro, puede ser un empeño que dura toda la vida. Pero el premio de esta batalla es la más importante de todas, porque se trata de preservar esa belleza que Dios escribió en su creación cuando imaginó el amor entre el hombre y la mujer.
La defensa del amor: corazón, mente y cuerpo
“Debemos defender el amor, el amor del corazón, de la mente, del cuerpo” – concluye el Santo Padre-, ese amor puro, el de la entrega del uno al otro, que es la belleza de las relaciones sexuales.
“Esa belleza que nos hace creer que construir juntos una historia es mejor que lanzarse a la aventura, cultivar la ternura es mejor que doblegarse ante el demonio de la posesión, servir es mejor que conquistar. Porque si no hay amor, la vida es triste soledad”.