Julio Romero de Torres pidió en su lecho de muerte que se cerrase la ventaba que dejaba entrar «esa luz tan cruda» que le hacía «daño» y que estropeaba «la que entra del jardín, tan suave», reza uno de los documentos que se exponen el Museo de Bellas Artes con motivo del 94 aniversario que se cumple este domingo del multitudinario entierro del pintor cordobés.
Fue en la madrugada del 11 de mayo de 1930, aunque la publicación ese mismo día por la prensa local de la noticia del fallecimiento ha instituido la creencia de que el óbito se produjo el sábado 10 de mayo, fecha en la que tradicionalmente se conmemora su muerte.
José María Palencia, asesor de conservación y restauración del Museo de Bellas Artes de Córdoba y uno de los especialistas en la figura de Julio Romero, hace esta precisión a EFE.
El Bellas Artes recuerda el 94 aniversario del multitudinario entierro del pintor cordobés, al que acudieron entre veinte y treinta mil personas, con una exposición de fotografías y de algunos elementos documentales, en su muro de novedades de la sala V.
Lo hace con motivo de la ya tradicional apertura del patio de la casa familiar de los Romero de Torres con motivo del Festival de Patios de Córdoba, que acaba este fin de semana y que siempre ilustra con alguna muestra relacionada con la familia, según ha apuntado a EFE el director de la pinacoteca, José María Domenech.
Este 2024 se cumple los 150 años del nacimiento de Julio Romero de Torres, una conmemoración abierta con el traslado del último cuadro que acabó el pintor, ‘La chiquita piconera’ desde su museo en Córdoba para su exposición desde el pasado lunes en el Nacional Thyssen-Bornemisza.
Reflejo en la prensa
El cordobés Diario Liberal abría su edición del domingo 11 de mayo de 1930 con una esquela a toda página con la muerte del «gran pintor de Córdoba» y ABC ese mismo día, hacía un recorrido por su trayectoria y aludía a alguna de sus últimas obras. La Voz daba cuenta en su portada el martes 13 del entierro el día anterior con dos fotos. Todos estos originales se pueden ver en la exposición abierta a lo largo de este mes.
Doce instantáneas ilustran, además, el duelo por el pintor en diferentes situaciones del velatorio y del cortejo fúnebre, «el adiós que le dio la ciudad de Córdoba al insigne pintor», en palabras de José María Domenech.
La capilla ardiente se instaló en lo que hoy es la sala IV del Bellas Artes, la antigua capilla del originario Hospital de la Caridad, fundado por los Reyes Católicos, y que entonces estaba dedicada a Antonio del Castillo.
En el Museo de Julio Romero de Torres, abierto al poco de proclamarse la II República, se conservan las dos obras que el pintor dejó inacabadas. Un retrato de la Condesa de Colomera, una obra que Julio Romero iba a regalar a la nieta de su amigo el general Diego Muñoz-Cobos, Magdalena, con motivo de su boda, y Monja, para el que posaba María Teresa López, su modelo de referencia, la misma que pintó en ‘La chiquita piconera’.
Pintar al borde del lecho de muerte
María Teresa, que falleció en 2003, recordó en una entrevista para el programa «Los Reporteros», de Canal Sur Televisión, en 1993, que entonces la pintaba, en los últimos días en los que una complicación pulmonar vinculada a una afección hepática acabó con su vida a los 56 años, al borde de la cama vestida de religiosa.
La modelo evocaba cómo el pintor regresaba al lecho al sentirse cansado y donde pronunció sus últimas palabras sobre la luz, según recoge un documental producido por el Museo de Bellas Artes en 2023, en el que aparecen muchas de las fotografías que ahora se exponen en la pinacoteca para recordar que el artista nos dejó «con la ventana abierta a un patio cordobés».
Su última venta en vida el día de su muerte
El día de su fallecimiento, relata José María Palencia, su hijo Rafael estaba en Sevilla, donde se había desplazado para entregar un lienzo, que sí había terminado para vender a una dama peruana, del que no se conoce la temática.
Nada más difundirse la noticia del fallecimiento acudieron al domicilio en la Plaza del Potro el gobernador civil, Graciano Atienza; el alcalde, Rafael Jiménez Ruiz; y amigos de la familia, como quienes meses después fueron destacados dirigentes en la II República, el psiquiatra Manuel Ruiz Maya y el historiador Antonio Jaén Morente, que fue una de las personalidades que intervino en el sepelio en el cementerio de San Rafael, junto a José María Camacho Padilla y el poeta de Bujalance, Francisco Arévalo.
Antes de llegar al camposanto, el cortejo fúnebre pasó por la cercana iglesia de San Francisco, donde se ofició el funeral en la tarde de ese lunes 12 de mayo de 1930, y por la de los Dolores, donde la violinista Cristeta Goñi interpretó «La Reverie», de Schumann, donde se le dio el último adiós antes de continuar a hombros de sus amigos por el barrio de Santa Marina, la calle Muñices, el Jardín de la Magdalena y el Campo Madre de Dios.