La profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad de Murcia (España) Teresa Vicente, distinguida este año con el llamado “Nobel Verde” de la Ecología, reivindica en una entrevista con EFE el derecho de la naturaleza a recuperarse de las agresiones humanas y recomienda que la civilización transite de una visión antropocéntrica del mundo a un ecocentrismo que coloque la biosfera el centro del planeta.

“La ciencia de la ecología nos dice que eso de que el ser humano puede vivir sin la naturaleza y que tiene que dominarla es un error. El ser humano es una especie más del ecosistema”, dice la abogada, que ha promovido la iniciativa legislativa popular que ha logrado dotar de personalidad jurídica y derechos propios al Mar Menor.

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Vicente (Lorca, España, 1962) atiende a EFE durante la Semana Verde, una conferencia organizada en Bruselas por la Comisión Europea dedicada en esta edición a la resiliencia de las aguas, en la que la profesora murciana ha explicado -en calidad de invitada estrella- su trabajo en favor de esa célebre albufera murciana que roza el colapso.

Su intervención se produce tras convertirse el pasado abril en la segunda persona de nacionalidad española en obtener el prestigioso Premio Goldman de Medioambiente por la región de Europa que otorga la fundación homónima con sede en San Francisco (EE.UU.), sucediendo a Pedro Arrojo (2003), doctor en Físicas, profesor de la Universidad de Zaragoza especializado en la economía del agua, exdiputado y relator especial de Naciones Unidas.

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“Nuestra cultura tiene que evolucionar de un antropocentrismo que considera que el ser humano es el centro del planeta, que no lo es, a un ecocentrismo que considere que el centro del planeta es la biosfera”, dice Vicente.

La profesora habla pausadamente y salpica la conversación con preguntas retóricas. El contraste de sus ojos claros con la melena rojiza y la piel bronceada sobre un vestido negro tocado con un chal colorado confiere un aura de misteriosa sabiduría a la jurista, que pregunta al aire qué río, qué acuífero o qué laguna de España está sin contaminar.

Prosigue explicando que el agua se ha visto siempre como un recurso que se puede extraer hasta agotarlo, como parte de un modelo de relación entre el ser humano y la naturaleza que debe de cambiar porque con este sistema “está claro que vamos directos al colapso”.

“El planeta está vivo y somos responsables de su habitabilidad (…). Si el Derecho es responsabilidad, ¿por qué hemos excluido la responsabilidad del ser humano en adaptarse a la habitabilidad del planeta?”, vuelve a preguntarse.

Teresa Vicente sostiene que el Derecho no debe regular la naturaleza, sino que la naturaleza debe “traducir” sus necesidades a través del Derecho, utilizando a las personas como sus “guardianes” y su “voz” en los tribunales.

Ese cambio de mentalidad es el catalizador necesario para un “cambio civilizatorio”, añade.

“La Justicia no siempre ha defendido a los trabajadores, porque los trabajadores no tenían derechos (…). Antes no veíamos a los esclavos, porque eran objetos, o no veíamos a los niños y les podíamos pegar en el colegio o en casa…. La Justicia no siempre ha defendido a las mujeres, porque las mujeres tenemos derechos hace muy pocos años”, explica.

Su relato, entre lo académico y lo ancestral, suena cercano a la visión del mundo de algunos pueblos indígenas que Vicente, sin voluntad de “romantizarlos”, considera que han sido “nuestros grandes maestros”.

“Hemos llegado por medio de nuestra ciencia occidental a la misma conclusión: que somos parte de la naturaleza y que la naturaleza hay que respetarla como no la respetamos de una manera cultural”, señala.

Imprime además urgencia a esa necesidad, porque “la habitabilidad del planeta está cuestionada ya”. “Y ya es ya, no es 2050”, avisa.

Reaccionar implica no sólo promulgar leyes o actuar ante los tribunales, sino también cambiar profundamente hábitos que afectarán a la manera de consumir, de moverse o de comer, pero que pueden resolver “el problema más importante que tenemos: el colapso de nuestro ecosistema”.

“Comer sano es más importante que poder comer en cualquier época del año un producto de cualquier país del mundo” o viajar frecuentemente en avión, dice.

“Nuestros abuelos y nuestros bisabuelos, que no disfrutaban de eso, ¿eran menos felices que nosotros? Esa es la pregunta”, lanza la intelectual, que acepta que describan sus postulados como “radicales” porque abordan directamente la “raíz” del problema.

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