El escritor irlandés John Banville asegura que la Iglesia en su país es eterna y que, después de haber perdido el poder que tuvo en el pasado, está “agazapada” esperando a que ocurra alguna “catástrofe terrorífica” y que todo el mundo vuelva otra vez a ella.
John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014, acaba de publicar en español ‘La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés’ (Alfaguara), un relato cercano a la autobiografía en la que retrata el Dublín que conoció de niño y la ciudad que es en la actualidad, su historia y los escritores que la habitaron.
Banville, nacido y criado en un pequeño pueblo cerca de la capital irlandesa, explica en una entrevista con EFE cómo para él hay dos “dublines” diferentes: aquel en el que la Iglesia tenía “un poder absoluto”, hasta los años 90, y el posterior, cuando lo perdió. Y asegura que la Irlanda en la que creció no tiene nada que ver con la actual.
Relata cómo, en un reciente fin de semana que pasó en Santiago de Compostela, le sorprendió ver a curas vestidos de sacerdotes por la calle: “Me di cuenta que desde principios de los 90 no veía en Dublín ningún sacerdote andando por la calle. Siguen estando, evidentemente, pero la Iglesia ha caído tanta desgracia que se esconden, aunque siempre se puede detectar a un cura porque llevan calcetines blancos”, sostiene el escritor.
También recuerda la censura sobre los libros que existía entonces que, aunque procedía del Gobierno irlandés, “seguía los dictados de la Iglesia, que tenía un poder omnipotente”, un poder para él similar al que observó cuando visitó en los años 70 Europa oriental por parte del Partido Comunista.
“El lavado de cerebro es un instrumento muy poderoso y esto es lo que hizo la Iglesia. Estábamos controlados” por ella, insiste el escritor irlandés, que ha usado durante años el seudónimo de Benjamin Black para firmar la serie de novela negra que protagoniza el doctor Quirke.
En 1992 comenzó a perder poder, recuerda Banville: Fue a raíz de que el Irish Times, el periódico para el que él trabajaba, publicara que un obispo irlandés tenía un hijo de 17 años de una amante norteamericana y “que había cogido 40.000 libras de la Iglesia para pagar todo eso”, una información que conocieron un año y medio antes de atreverse a sacarla. El editor de entonces le confesó recientemente que estaban “aterrados” porque habrían podido cerrar el periódico.
Unos hechos que casi miraron con “nostalgia” cuando comenzaron a conocerse los casos de pederastia, que es algo “terrorífico”, destaca.
También considera que en la sociedad católica se genera “una especie de jerarquía en la que los obispos, los sacerdotes, también los abogados, los médicos, los directores de los colegios tienen un poder enorme, esa es la autoridad”. Pero, asegura, cuando alguien crece en un entorno autoritario, no es consciente de ello.
Comparado con Madrid, Dublín “es una ciudad pequeña y provinciana, pero mientras que Madrid tiene magnificencia y grandeza, Dublín tiene intimidad”, dice Banville. Aunque agrega: “yo no tengo ningún rastro del nacionalismo, me siento tan a gusto aquí como en Irlanda”.
La ciudad que fue al principio para él un lugar apasionante al que iba por su cumpleaños desde su Wexford natal, cuando llegó a la mayoría de edad y se instaló allí, se convirtió en un telón de fondo de sus insatisfacciones aunque reconoce que lo pasaba bien.
De hecho, Dublín no tuvo un papel propio en su trabajo hasta la serie de Quirke, a quien llegó a “alojar” en su literatura en el piso que él compartía con su tía.