Simone Biles continúa concursando al trono de la soviética Larisa Latynina como gimnasta y deportista femenina más laureada de la historia olímpica. Su tercer trabajo en los JJ.OO. de París, la final de salto, primero de los tres aparatos en los que se ha clasificado para la final –su único talón de Aquiles son las asimétricas-, se saldó como los dos anteriores, con una medalla de oro incontestable.
Ya lleva tres títulos en el Bercy Arena y acumula en tres apariciones olímpicas –Río, Tokio y París- siete oros, para un total de 10 medallas, igualando a la checa Vera Caslavska (7 y 11) y a sólo dos de Latynina (9 y 18 podios). Si la estadounidense gana el lunes las finales de barra de equilibrios y suelo, que se disputan de forma consecutiva para clausurar la gimnasia de estos Juegos, sumará 9 y le quedará Los Angeles’28, en su casa y con 31 años de edad, en el horizonte para ser la nº 1 en solitario de todos los tiempos. Asusta pensar en la magnitud de su palmarés si en Tokio no hubiera padecido los problemas de salud mental que la obligaron a perderse la mayor parte de la competición.
Biles es la indiscutible reina de estos JJ.OO. pase lo que pase a partir de hoy. Vencer es rutinario para ella, aunque se empeña en lanzar mensajes contradictorios: su colgante con una cabra (GOAT, acrónimo de Greatest Of All Time) predica que es la mejor pero al tiempo se deshizo en elogios a la brasileña Rebeca Andrade después de la final all around asegurando que no quiere competir más contra ella porque la lleva “al límite de mis posibilidades”.
En la final se ejecutan dos saltos y la nota media entre ambos es la que configura la clasificación de cada gimnasta. Biles, de rojo fuego, era la cuarta en aparecer. Y su velocidad y su potencia, las claves de este ejercicio, son de otro nivel respecto al resto. Doble mortal y medio carpado hacia atrás y 15,700 en su primer salto, sacándole casi 1,4 puntos al mejor salto visto hasta entonces, a cargo de la norcoreana Chang Ok An (14,366). En el segundo salto, 14,900. Y con un estratosférico promedio de 15,300, trabajo hecho y que la atrape quien pueda.
Nadie pudo, claro. Pero Andrade se le acercó. La brasileña es fabulosa, poderosa y elegante a la vez, y su primer salto rompió la barrera de los 15 puntos (15,100), atreviéndose a jugar en la Liga de Biles. En el segundo, un leve desequilibrio en la recepción le vetó un oro imposible pero le aseguró con comodidad la plata: 14,966 de promedio, tan cerca de Simone como no lo ha estado nadie en este aparato.
El bronce, única medalla asequible de las que se repartían en salto, correspondió a la estadounidense Jade Carey (14,466).