Para escribir su último libro, Una mujer incierta, Piedad Bonnett ha hecho un repaso profundo de su vida y está satisfecha con lo vivido, pero se ha dado cuenta de que cada vez se le hace más difícil ser feliz, según confiesa la escritora colombiana en una entrevista con Efe.

“Las personas que nos planteamos la vida como un conflicto grande no podemos ser fácilmente felices. Habrá momentos en que tú te casas, estás enamorado, compraste una casa, tienes un buen trabajo y ahí sientes que eres feliz… pero a mí nunca me ha pasado”, admite la última ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Ahora, a sus 73 años, asegura que “la felicidad, cuando se va yendo la juventud, es más difícil”, y aunque tiene “momentos felices”, actualmente no es feliz porque, por ejemplo, le apena que su padre no pueda oír la tele o leer el periódico y que su madre apenas pueda hablar, y le entristece vivir lejos de sus nietos. Además, al mirar atrás se acuerda del dolor del suicidio de su hijo Daniel, que vivió 10 años con una enfermedad mental. “¿Cuándo he sido feliz? No he sido feliz, solo he tenido algún momento feliz”, como cuando ganó el Premio Nacional de Poesía en 1994 o cuando está con sus amigas.

Por eso, escribir Una mujer incierta (Alfaguara), al que se niega a llamar autobiografía, pero donde narra momentos de su vida, no ha sido tan sencillo como creía en un principio, y ha sido «un ejercicio de decirse la verdad». La idea surgió cuando la pandemia la agarró en una finca desconectada y pensó en escribir sobre su cuerpo. “Yo fui una niña enfermiza, que a los tres años tenía una úlcera de duodeno y que sigo teniendo una somatización tremenda de todo”. Pero al final se transformó en un repaso de su vida, donde habla de sus sentimientos, percepciones, decisiones…

De esa introspección, Bonnett ha visto «las ventajas y desventajas» de algunas decisiones vitales, como el tener su primera hija a los 21 años, cuando aún estaba en la universidad, pero también ha sacado varias conclusiones, y una de ellas es que siempre la ha perseguido la ansiedad, incluso cuando era niña y aún no le ponía nombre. “Yo pensaba que yo tenía un problema mental, que tenía problemas físicos, y ya cuando tenía veintipico años los médicos empezaron a informarme de que todas esas cosas que pasaban en mi estómago tenían que ver con estrés y con ansiedad”. En ese momento hablar de salud mental “era un tabú”, por lo que lo llevaba como una “culpa”, y durante mucho tiempo pensó que eran problemas heredados. No fue hasta que tenía más de 30 años, en terapia, que pudo comenzar a deshacerse de ese peso.

“Me llevó media vida, exactamente media vida, deshacerme de la culpa”, dice Bonnett. De niña la señalaban “porque no estaba dentro de los parámetros esperados; de joven porque cometió «imprudencias» como quedarse embarazada cuando no tocaba, y en lo profesional no logró publicar su primer libro hasta los 39 años. Y ese «¿si serviré?» la llenó de culpa. Pero en un momento todo cesó: «Realmente mi vida ha sido una lucha permanente para zafarme de la culpa, pero desde hace 20 años yo no tengo culpa de nada, no me la permito”. Empezó a vivir lo que quería sin resentimientos. “Simplemente me estaba enloqueciendo entre la estrechez del matrimonio y unos adolescentes de los que yo ya estaba cansada”, pero al priorizarse y marcharse del país dejó atrás los arrepentimientos.

Ahora, en esa vida que considera «satisfecha» la llenan pequeños momentos y sobre todo la amistad: “Pienso que lo que nos sostiene es la amistad, y a mí me impresiona mucho que hay mucha gente que no tiene amigos; yo veo a mi alrededor gente que puede no tener amigos, y estar con una pareja y no tener amigos. La amistad la eliges y también te retiras de ella cuando te hace daño, cuando no hay reciprocidad; es un escenario de gran libertad, y la conversación es el tesoro supremo de la amistad”.

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