Poeta y traductora, Corina Oproae ha debutado con éxito en la narrativa, puesto que su primera novela, La casa limón, es la ganadora del último Premio Tusquets, una historia contada con la voz de una niña sobre los años de descomposición del régimen del dictador rumano Nicolae Ceaușescu.

Nacida en Rumanía en 1973, pero establecida en Cataluña desde 1998, y con nacionalidad española desde 2002, la escritora ha explicado en una entrevista con Efe que cuando empezó a tejer este proyecto en castellano no tenía ganas de hacer un retrato del comunismo en sus dos décadas finales. «Mi primera intención era sacar a la luz una época que durante muchos años no podía mirar, dándome cuenta de que ahora tengo una mirada sobre aquel período y pensaba que, además, tenía una voz con la que poder encararla. Mirarla literariamente ha sido un privilegio».

No esconde que ha armado esta obra por «necesidad», porque es como si durante años hubiera vivido otra vida, de la que no quería saber nada, pero «llegó un momento en el que era imposible no mirar hacía allí. Es muy importante no olvidar las lecciones de la historia. Esta es una novela que puede provocar preguntas. Creo que todos tenemos que hacer lo que podamos para que los errores del pasado no se repitan. Tal como está el mundo, parece que no tiene sentido lo que digo, pero tenemos que intentarlo, también con la literatura, que hoy es lo que puede ser más revolucionario».

Ya en las librerías, La casa limón, una novela sinestésica, según su autora, poética y con un aire onírico, se adentra en los últimos veinte años del comunismo rumano a través de la voz narrativa de una muchacha que trata de entender lo que ocurre a su alrededor, tras haber construido debajo de la mesa del comedor un castillo de libros en el que se siente muy cómoda y protegida.

Dedicada, entre otros, a su hija Stela, que cuando era pequeña en su primer viaje a Rumanía preguntó «mamá, ¿de dónde cayó el comunismo?», Corina Oproae tiene claro que para poder responder a una pregunta como esa y para crear este relato necesitaba tiempo. «El tiempo es un aliado, porque permite verlo todo con una mirada retrospectiva, evidentemente, sin nostalgia, porque es imposible echar en falta una dictadura como la de Rumanía».

A los 35 años del derrocamiento del régimen, sin embargo, piensa Oproae en «todo lo que ha quedado, en todo lo que supone un tipo de vivencia como aquella, que todavía es como si sucediera ahora, porque fue muy traumática». Se trataba, resalta, de un sistema de «represión que era una maquinaria de poder muy perfeccionada, pero a la vez muy mal pensada».

Ante sus ojos, tal como describe en la novela, ocurrieron demoliciones de casas de amigos, que fueron sustituidas por grises bloques de pisos, o veía cómo había conversaciones que sólo eran posibles entre la familia más inmediata, porque si salían de aquel reducto podían ser «comprometedoras» para sus allegados. «Yo de pequeña tendía a expresarlo todo, y recuerdo cómo mis padres decían: «¿Qué tenemos que hacer con esta niña para que no vaya diciendo nada por ahí?».».

Igual como ocurre en sus anteriores libros de poesía, en su debut narrativo aparecen algunas de sus obsesiones, como la ausencia, la muerte, la falta de libertad, la toma de decisiones o la enfermedad mental. Oproae relata en La casa limón lo que sucede con el padre de la familia protagonista, un hombre con una enfermedad mental, algo que en su Rumanía natal era «un tabú». Y tampoco obvia que a la hija de este hombre le salvan los libros, «el hilo de oro que es la literatura, que todo lo zurce», en «un mundo que no acaba de funcionar».

Feliz del reconocimiento que supone un premio como el Tusquets por una obra que no ha escrito en su lengua natal, Corina Oproae está trabajando en un nuevo libro de poemas y también tiene en la cabeza otras nuevas historias, pero debe estar «convencida» de que literariamente valen la pena para poderlas publicar.

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