Juan Manuel González/Zenda
A Manel Loureiro le queda un final de año tan movido como el del protagonista de Apocalipsis Z, la película de Prime Video que se estrena en la plataforma el 31 de octubre y que adapta su primera novela, la primera de una trilogía que fue superventas mundial. Por delante —explica— queda un mes de promo de la película —un pepinazo de acción español con infectados, persecuciones, un gato llamado Lúculo y sí, hasta piratas— y todo el mes de noviembre y diciembre a Cuando la tormenta pase, flamante premio de novela Fernando Lara 2024. Loureiro está feliz en la cresta de la ola y no se olvida de disfrutar del momento… antes del apocalipsis.
*****
—No podía dejar de pensar en que hay algo lúdico en un buen apocalipsis. Ir a un concesionario Mercedes y simplemente llevarte el que te gusta.
—Hay un componente de libertad frente al sistema, todas las normas dejan de tener sentido. Eso fue lo que me lanzó a escribir en primer lugar. Yo era abogado, vivía rodeado de normas, en el ordenado mundo del Derecho: querellas, recursos, demandas… Escribir una historia en el apocalipsis es escribir sobre un mundo donde no hay nada más, pero el protagonista es un tipo que es abogado que, aunque sabe que puede hacer lo que quiera, en el fondo sigue teniendo ese prurito de que robar no está bien. Es un factor diferencial, el protagonista todavía tiene cortapisas morales. Está convencido de que eso es temporal y el orden va a volver, de que pasado mañana el Gobierno va a meter el asunto en cintura y la normalidad va a retornar.
—Con lo que hemos vivido estos años, la película juega con lo familiar que resulta el primer acto de la historia.
—Lo que demuestra una gran verdad. Estamos a tres comidas y dos duchas calientes del salvajismo. El sistema, el orden, es un constructo social y nos tratamos bien porque hay un sistema en el que todos creemos que nos obliga a tratarnos con cortesía. Pero si te falta lo básico o le falta a tus hijos, de repente esas cortapisas desaparecen muy rápido y empiezan a salir cosas muy feas. Lo vemos en cualquier país que tenga una guerra o catástrofe natural, que hasta los más británicos pierden la flema.
—Está esa norma de «escribe de lo que sepas», y tú das una lección de geografía gallega. La Citroën, las fábricas, la bahía…
—Uso mucho Galicia como escenario en todos mis libros, y en los últimos también, porque efectivamente, esa máxima ya me da la mitad del trabajo hecho. Galicia me ofrece un montón de cosas que tengo que aprovechar: esos valles húmedos, verdes, boscosos; esas ciudades industriales pegadas al mar, el paisaje humano de los sitios pequeños, con gente hosca que parece que guarda un secreto… Me estás dando todos los ingredientes para contar una historia. Sería muy tonto por mi parte no utilizar eso para mantener al lector en alerta.
—Han pasado 16 años desde que sacaste el libro. Mediados de los 2000, esa época en la que muchos ingenuos empezamos a escribir en los blogs…
—Antes todo esto era campo… Ha cambiado todo. En aquel momento no existía Instagram, Twitter… Facebook era una cosa que usaban cuatro chalados en Estados Unidos. La prehistoria en el mundo de las redes sociales está muy cerca, avanza todo muy rápido y quince años es una barbaridad. Ha habido una cierta inocencia y candor en todo lo que se hacía entonces, y por eso Apocalipsis Z tuvo éxito. Se transformó en un fenómeno viral cuando nadie sabía qué era una fenómeno viral. Y nadie le puso la etiqueta de viral porque nadie sabía qué era aquello. Me encantaría decir que era parte de un plan elaborado, pero estaría mintiendo, y muchas cosas sucedieron por azar. Yo fui el primer sorprendido de que, tras empezar con diez lectores, a los cuatro o cinco meses tenía medio millón. ¿Qué tecla había tocado? Aún no soy capaz de decirlo, porque evidentemente tampoco era el primero que contaba una historia de ficción en internet. Aunque quizá sí fui capaz de aprovechar una serie de cosas que otra gente había apuntado, de pulirlo: las entregas periódicas como un folletín de Alejandro Dumas para dar sensación de dar inmediatez y de aventuras. El libro fue un best seller en un montón de países, y fíjate dónde estamos hoy.
—La película es fiel al libro, pero los cambios, de todas formas, sí existen.
—Evidentemente. Cuando adaptas un libro de quinientas páginas tienes que saber que no caben en dos horas. Hay cosas que se tienen que quedar fuera y otras que se tienen que contar de distinta manera, porque los dos lenguajes, literario y cinematográfico, no son el mismo. Una vez tienes claro eso, a partir de ahí tu única preocupación es trasladar el espíritu de la historia, para que quien la haya leído diga que es lo que ha leído el libro, y quien no, que disfrute de una gran aventura y diga que quiere leerlo.
—Todo sucedió algo antes de la eclosión del zombi como icono de la cultura popular. Todo tiene sus ciclos, y a lo mejor ahora ha decaído. ¿Crees que volverá?
—Es como el Guadiana, aparece y desaparece pero nunca se va del todo, se mantiene en un estado constante. Es un género en sí mismo como podría ser el western, pero goza siempre de novedades, siempre está produciendo cosas y, a veces, hay alguna que despunta, que genera tracción y atracción. Ha habido un largo periodo con The Walking Dead, que llegó a generar cierta sensación de hastío, pero siguen saliendo spin-offs cada pocos meses. Es café para muy cafeteros, pero hay muchos cafeteros por el mundo.
—Ha sido un largo trayecto hasta hacer la película. Imagino que ha sido un largo trayecto.
—Llega en el momento en el que llega. Podría haber llegado algo antes, pero sí sé que llega con el mejor compañero de viaje posible. Esto iba a salir con Telecinco, estuvo a punto y se cayó. Con Antena 3 lo mismo. Con otra productora, también. Y al final ha salido con Prime Video, que aparte de una inversión de dinero para producción que las otras no hubieran aportado, también garantiza una distribución mundial. Apocalipsis Z se estrena a la vez en todo el mundo, en todo el puñetero planeta, menos algunos sitios, como Afganistán y Corea del Norte. Al final las cosas pasan cuando tienen que pasar.
—¿De 2007 hasta ahora el significado del zombi ha cambiado?
—Hemos cambiado nosotros, y nos ha cambiado la pandemia. Cuando se publica Apocalipsis Z era ficción especulativa, pero a día de hoy es una historia inquietante con ecos que resuenan con la realidad. Muchas de las cosas que se ven acabaron pasando, y cuando alguien la lee hoy en día la sensación es que esto fue así.
—La primera media hora de película parece un documental.
—En la película no aparece un infectado hasta casi cuarenta minutos, pero son minutos muy angustiosos sobre qué coño está pasando, y cómo todo esto nos suena.
—No solo eso. En tu libro Rusia y Ucrania tienen un papel fundamental.
—Sí, tuve un timing. Soy un Nostradamus de Hacendado (ríe). Podía haber escrito de números de la Primitiva.
—Personalmente lo que más me gustó es que es una historia de aventuras. Hay piratas, incursiones…
—Totalmente. Es algo que me encanta. No es una película de terror, de género, es una película de aventuras casi familiar porque, pese a tener sus dosis de ello, está todo muy medido y al final se trata de una historia que lo que pretende es atrapar al espectador y que se lo pase bien. Es un objetivo muy lícito.
—Francisco Ortiz me gustó en ¡García!, una serie infravalorada. Aquí vuelve a ser un héroe en un país donde tenemos déficit de ellos.
—Es que hay otra cosa: es una película de acción española muy bien resuelta. Esto es fácil de malinterpretar y mido mucho mis palabras: no es ni una españolada ni una versión cómica de una película de zombis, que sería una tendencia natural. Ni tampoco un producto low cost. No, es una película perfectamente homologable y solvente, y una oportunidad para un montón de gente que quería hacer un producto así en España, que demuestra que se puede hacer con un punto de vista cercano. Que transcurra en Galicia no es casual. El protagonista no es un tipo que tenga conocimientos masivos, es una persona normal que no sabe lo que está sucediendo y el único vinculo con su pasado es un gato.
—Y hablando del gato, te adelantaste también con ello. En Un lugar tranquilo y otras películas recientes se ha convertido en la estrella de la función… como Lúculo.
—La historia es curiosa. En la novela Lúculo tenía una función meramente narrativa, instrumental. El protagonista estaba solo, encerrado, y esa soledad genera una tensión que necesita una pared emocional donde rebotar sus sentimientos. Un perro no me valía, es demasiado afectivo, pero un gato —y todos los que tenemos gatos lo sabemos— no es algo que tengas tú, el gato te tiene a ti. El gato te mira, te dice «oh, has vuelto», y sigue con lo suyo. Te quiere a su manera y cuando le apetece. Era esa pared perfecta: cercano, da para relación afectiva, pero a la vez distante. Cuando él sale de casa a mí el gato me empezaba a sobrar, pero como esto empezó como un blog empecé a recibir cientos de mensajes —sobre todo de lectores mexicanos— diciéndome que no le pasase nada al gato. Si te escriben de Juárez diciendo eso, tú te cagas, porque no sabes si es un profesor o un sicario del cártel. Y me di cuenta que enriquecía mucho la historia y la dotaba de muchísima más profundidad. A la hora de adaptarlo la pasamos cañitas porque no hay gatos actores en Europa, hay muy pocos que hagan lo que se les diga. Y Pedrito, que interpretó a Lúculo, apareció y fue un robaplanos profesional. Y el gato en Apocalipsis Z simboliza todo lo bueno que somos. Estamos a dos telediarios de caer en la anarquía. El protagonista tiene un gato al que mantiene, alimenta, cuida… y le hace definitivamente humano. No dice «me lo voy a comer. Este gato es mi familia y se viene conmigo».