Haz Patria o haz estupideces. Una cosa es hablar de la Patria y otra muy distinta utilizar un discurso patriotero para las masas irreflexivas y con poca escuela y para los espíritus ultranacionalistas y xenófobos. Donald Trump, el empresario multimillonario metido a político y como presidente por segunda vez del país vecino, proporciona esta oportunidad para tratar el tema.
Sobre la Patria, en México ha sido un concepto que algunos gobernantes populistas han usado para justificar verdaderas aberraciones y traiciones a las generaciones futuras. Recordemos al priista José López Portillo y su fórmula para acabar en un dos por tres con la riqueza petrolera de los yacimientos marinos de Campeche. Y después aquello de “Defenderé al peso como un perro”, para acabar de despreciar su nombre.
Y si nos acercamos a la actualidad azteca, López Obrador camina sobre el cortante filo de la historia con su “Abrazos, no balazos” y con la desmedida deuda nacional en billones de pesos para hacer su justicia social o humanismo, traducida a simples entregas de dinero público en millones de pensiones y becas, principalmente, y en sus obras faraónicas sin planeación ni rentabilidad socioeconómica.
También tenemos que recordar en las décadas posteriores a la Revolución, cuando hasta en los timbres de correo aparecían imágenes de familias con varios hijos, junto a la frase Haz Patria, que era una de las políticas del régimen en turno. Eran intentos de repoblar a la nación, mermada por la guerra civil.
Y volvamos a Trump, de quien hasta en los diálogos de películas hispanoamericanas, aparecen expresiones o mensajes similares a “Ya ves, hasta Trump acostumbra hacer estupideces para ganar popularidad”. Y en este punto, tenemos que acordarnos de su problema con la justicia de Estados Unidos, a raíz del absurdo asalto al Capitolio, que le ocasionó una sentencia.
Eso y sus posicionamientos radicales y cambiantes a contentillo, con respecto a las armas, los migrantes o hacia el nacionalismo, la economía estadounidense, junto a su proclividad al discurso volátil, al final le rinden los frutos en la popularidad que persigue. Porque lo que quiere es una gloria de 4 años, sus últimos como gobernante, aunque sea entre sus cercanos y admiradores, que los tiene.
Y en el caso de los aranceles, sus cancelaciones, pospuestas, variaciones y plazos, que usa como chantaje a otras economías y gobiernos del mundo, la realidad es que esos aranceles, si persisten, los pagarán los habitantes de los países implicados, además de los propios connacionales de Trump. Por esas razones, no resulta sencillo sostener una decisión así.
A todos preocupa su tipo de liderazgo, y más que otra cosa, la posibilidad real de que se pierdan empleos en las naciones, de que haya recesión en varias de ellas y de que el consumo se reduzca y se deteriore la calidad de vida. Que disminuyan los niveles de bienestar y progreso alcanzados.
Por eso mucha gente cree que esta sorpresiva política de aranceles, supuestamente motivada por el encumbramiento chino, la migración y el narcotráfico, terminará por echarse abajo en unos meses más. Nadie cree que el rubio mandatario insista en darse un tiro en el pie.
Y si el tema continúa, a causa de la ceguera trumpiana, los impactos reales podrán evaluarse debidamente en unos años más. Cuando acabe el periodo y el señor presidente esté entregando las cuentas a su sucesor. Cuentas que a él nada interesarán.