Ayer el historiador y politólogo Enrique Krauze recordó el terremoto financiero que sacudió los mercados internacionales en agosto de 1982. Los políticos de esa época minimizaron el hecho declarando que México tenía ‘problema de caja’ temporal, pero en realidad estaba en quiebra.

Se ha insistido que las mentiras de ayer y las mentiras de hoy son las mentiras de siempre. Sólo ha cambiado la nomenclatura partidista, antes el PRI ahora Morena. Muchos incautos, iletrados, osados, convenencieros y aplaudidores, no conocen la historia o sólo cuidan sus intereses, así parece que son las cosas. De los del PAN, solo hay que recordar su signo distintivo: la doble moral y la beata hipocresía. De MC, el reciclaje putrefacto de ambiciosos, inexpertos y trogloditas de la política.

Por ello, refrescar la memoria, de vez en vez, siempre merece la pena.

Corría el primero de septiembre de 1982, hace 43 años, y era el día del último informe de gobierno del presidente José López Portillo cuando ‘encaró’ a la nación y nacionalizó la banca.

En aquel discurso López Portillo dijo en el Congreso de la Unión ‘soy responsable del timón, pero no de la tormenta’, en referencia a la quiebra financiera del país provocada por la escandalosa corrupción de ese gobierno del PRI y por las malas decisiones en su administración.

En una magistral retórica, Enrique Krauze escribe: “¿Emularía a Santa Anna? Luego de la guerra de Texas, el general ‘aparentaba cierta desilusión frente a su propia debilidad, pero atribuía siempre los reveses de la fortuna a un ciego y variable destino… a todo le encuentra excusa, todo lo que ha hecho le parece justificado, meritorio’. El presidente criollo no podía quedarse atrás: ‘…”

Luego de que López Portillo desgranara un largo listado de excusas y mostrar ante la nación sus últimos gestos hizo la ‘apuesta patética de un ego en quiebra’.

Ayer como ahora, el expresidente mexicano emanado del PRI culpó del desastre a “los banqueros y ‘sacadólares’, y de un plumazo, jamás coyón rajado, nacionalizó la banca. Un solo golpe de timón lo convertía en un nuevo Cárdenas, un solo golpe lo arreglaría todo, un sexenio de tres meses comenzaría el primero de septiembre” recuerda Krauze.

La comedia de López Portillo había terminado ese día, pero “al recordar a los pobres, a los desheredados, a quienes hacía seis años había pedido perdón, José López Portillo lloró frente a millares de telespectadores. La vieja historia de los criollos se había cumplido una vez más, causando la ruina del país y la suya propia. Los del siglo XIX, acaudillados por López de Santa Anna, habían perdido la mitad del territorio. López Portillo y sus gurús habían incurrido en una falta histórica menor, pero grave: habían hipotecado el país”, termina Enrique Krauze.

Esa es la historia de aquel López que desmadró la nación y a las instituciones. Ahora mismo se está escribiendo una nueva. En esta, el otro López ha dejado un país endeudado, con los índices más altos en la historia de México en homicidios, feminicidios, desaparecidos, un sistema de salud destruido y en los que la corrupción sirvió para poder manejar discrecionalmente los fondos públicos con familiares y amigos.

El López de este siglo no terminó por mandar al diablo a las instituciones; las destruyó. Ahora, él y los suyos tienen el poder absoluto, ese poder que quita el sueño al más santón de una iglesia.

Pero no pasa nada: ¡Vamos bien y vamos a ir mejor!. Hoy, México se reescribe y prende fuego en la misma hoguera del pasado.

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