Juan Manuel González/Zenda
Karmele, un preciosista drama de época, de espías, historia y cultura vasca, se estrenó en cines españoles. Se trata de una condensación de La hora de despertarnos juntos (Seix Barral, 2016), la excelente novela en la que el Premio Nacional de Literatura Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) descubre la figura de Karmele Urresti y su marido Txomin, dos artistas que lucharon contra el fascismo en la época más complicada posible. Uribe bucea en el proceso de documentación (extenso) y la necesidad de fabular sobre el amor inquebrantable de la pareja. Lo hace relajado y alegre, como un conversador nato capaz de analizar las inquietantes puertas que tanto el libro como la película deja entreabiertas sin perder la amenidad o el ritmo, exactamente como el libro.
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—Ya desde el comienzo la película confiesa que es una adaptación libre de tu novela.
—Lo valoro muy bien porque en la novela Karmele también es el personaje principal. Se cuenta la vida de ella, desde los 30, que vuelve como enfermera de Valladolid y empieza Guerra Civil, hasta el 75, que vuelve a España tras el segundo exilio venezolano. Ella es el corazón de la novela, y me ha parecido que el criterio de Asier Altuna es acertado. Ella fue una mujer muy valiente, muy moderna para la época, que nos posibilita desde su punto de vista hacer una visión un poco más compleja de la historia. Desde el de Txomin hubiera sido algo más plana: un trompetista metido a espía antinazi bajo el mandato estadounidense, la historia de un héroe. Pero ni a mí ni a Asier nos interesaban los héroes, sino lo que hay detrás, lo que sufre la pareja, que es Karmele, y cómo ella antepone siempre la familia a la política.
—Es un libro que traza un lienzo muy amplio, muchas fechas, muchos acontecimientos. ¿Tú, como escritor, cómo encuentras la emoción entre tanto dato?
—Siempre ordeno las novelas de una manera emocional. Si no, la novela habría sido demasiado documental. La crítica habla de ella como una docunovela, pero es una novela con emociones y hay momentos de lágrima. Y eso sí lo voy trazando poco a poco. Primero empiezo con lo que era Bilbao antes de la Guerra Civil, en una una explosión cultural muy interesante. Era una ciudad económicamente boyante, más que ahora. Salía de ella un transatlántico cada semana hacia Nueva York. Y en esos años 20 hubo un renacimiento cultural enorme pero también cosmopolita: atraían a gente como Robert Delaunay, Ravel, Rubinstein… Quise empezar con eso, porque Txomin era trompetista y tocó con Ravel. Y como luego todo eso luego se pierde, quería contar que nunca sabemos lo que va a pasar más tarde con nuestras vidas. Podemos pensar que vivimos un momento feliz, pero todo eso puede acabar. La historia no es lineal, sino que muchas veces va hacia atrás, es cíclica. En la película también se pasa de algo muy musical y pictórico, y al final no hay nada, solo silencio. Se habla realmente de lo que ocurrió en España y en el mundo.
—Todo el tema internacional está presente. Entrelazas mucho las manifestaciones artísticas con la Historia con mayúsculas.
—Esta historia es de dos artistas jóvenes que de repente se meten a defender la democracia y la libertad porque la Historia los obliga. Si no, habrían seguido siendo artistas, uno con la trompeta y ella cantando y bailando. Pero les ponen en una encrucijada: callarse o actuar. Y actuaron, con las consecuencias personales que tuvo en su familia. Pero es una historia de artistas, y yo definiría también la película como un thriller lírico, no uno de espías al uso. El punto de vista artístico está muy presente en la factura del libro y de la película. De repente, es poesía.
—¿No te sentiste ahogado por la cantidad de fechas, eventos históricos, cartas… a la hora de buscar esa poesía?
—Yo doy clase de novela de no ficción en la Universidad de Nueva York, y siempre les digo que no se sientan abrumados por los datos. Lo importante es la historia y los personajes. Pero la sensación de ir recuperando una historia perdida, desde W. G. Sebald, Bolaño, Emmanuel Carrère, Elena Poniatowska, todos ellos nos descubren vidas de gente de carne y hueso que fue olvidada, y lo hacen de manera literaria, utilizando la ficción para ello. Con todos esos datos podría haber sido un ensayo, pero hay mucha ficción en la novela. Me los he imaginado en diferentes situaciones. Y a la vez, introducir los datos era importante, recuperar una historia que había sido olvidada, que había pasado de verdad. Tenía la opción de hacer solo ficción con la historia de Karmele, pero no habría sido del todo creíble. Ahora, en la novela del XXI, puedes hablar de alguien de carne y hueso y meterlo en la novela, puedo hacer ficción con eso. Ha habido una liberación en ese sentido.
—Pero como autor, imagino que persiste alguna obsesión o te proyectas en algún personaje. Tienes que tener otra motivación.
—De Txomin lo que me interesa es su creencia en la utopía, porque las democracias necesitan de utopía. No son solo gestión, necesitan una idea de ser mejores. Y con Karmele siempre, siempre prevalecen las relaciones humanas antes que la política. Es un contraste muy bonito entre los dos personajes, y la novela y la película son precisamente sobre obsesiones que tenemos nosotros: la obsesión de la guerra, de cómo la violencia destruye a las personas. Pero también la de tratar de recuperar historias silenciadas y un acervo cultural que también se perdió.
—La independencia vasca está presente. Cuando acaba el libro parece una utopía sin respuesta, y alguien habla de Sabino Arana como un creador de mitos, tanto sueño como realidad.
—Yo veo la novela más como una historia de dos personas que buscan la libertad, que piensan en el bien común, que luchan por la democracia y que también luchan por la diversidad. Para que la cultura vasca siga viva, lo hacen de manera cosmopolita, no de manera cerrada ni xenofóbica, o diciendo que somos mejores, sino de manera muy abierta. Hablan en favor de la diversidad. Se parece mucho a la película Cold War, sobre el ambiente cultural polaco. Yo lo veo como una historia de dos personas atrapadas por la historia más que una historia política.
—Un personaje reflexiona sobre la violencia. Dice que, con lo que éramos, ¿cómo hemos dado el salto a matar?
—Hay una lectura ética en la novela sobre estas generaciones que nos han precedido. El hecho de que al haber sufrido tanto luego no nos hayamos planteado que también otros pueden sufrir.
—Que los otros también estaban sufriendo.
—Eso es. O que nosotros podemos hacer sufrir con el silencio o actuando. Así que hay una lectura ética de la comunidad vasca y de cómo ha evolucionado. Me ha interesado siempre mucho eso.
—Es por puro desarraigo, hasta el punto de que en algunos se torna obsesión.
—Sí, en la película se ve muy bien cómo Txomin se obsesiona. Él mismo sabe que no tiene ningún sentido la resistencia, y Karmele lo tiene muy claro: hay que pelear de otra manera y pensar en el futuro, en los hijos y lo que vendrá. Al final ella es la esperanza y Txomin se enroca en ello y eso mismo lo acaba matando. Esta generación creía a pies juntillas en las democracias europeas, en EEUU, y en el momento en el que se sienten abandonados —ellos apoyaron a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial— y que la democracia tarda en llegar, de esa decepción viene la opción de Txomin de seguir luchando, aunque no haya ninguna posibilidad.
—Karmele, la pelicula, acaba con un episodio que está en la novela, pero la novela sigue fluyendo. ¿Eso cambia el significado, el mensaje de la pelicula respecto a la novela?
—Yo creo que el mensaje es el mismo. Sin hacer espóiler, esa escena final de la película en sí misma cuenta todos los años posteriores. Lo que ve el abuelo es lo que vendrá, metafóricamente.
—¿En qué momento acaban los documentos y cuándo empiezas tú?
—El proceso de documentación en Madrid, Barcelona, EEUU, fue larguísimo. Entrevistas, labor de archivo… Y tienes tanta información que dices: “A ver, ¿qué hago con todo esto?”. Ya vale. Porque todo lo que descubres es interesante. Y en la novela se cuenta así: el autor va descubriendo cosas y cosas y cosas. No es una novela escrita una vez hecho el proceso de documentación, sino que se fue haciendo a la par, y eso se nota en la novela, es como un proceso de descubrimiento. Pero hay un momento en el que los documentos no aportan más cosas y lo que tienes que hacer es contar la historia de estas dos personas. Hay lectores que me hablan de lo interesante de algún documento, pero la gente se queda con la historia, los personajes. Todo eso refuerza la verosimilitud de la historia pero la historia es de los personajes.
—La factura de la película es fenomenal. ¿Prevés alguna nominación a los Goya?
—Yo sí. Veo a los actores —sobre todo a Jone Laspiur— y también al director de fotografía, vestuario… ¿Sabes cuántos trajes hicieron? ¡Cientos! Y el montaje y la música.










