Veracruz se ahoga, literalmente, y no por los ríos desbordados sino por la corrupción que inunda cada rincón del gobierno de Rocío Nahle. Las lluvias recientes no solo destaparon las coladeras, sino también la incompetencia de una administración que presume “transformación” mientras los veracruzanos reman entre el abandono y la indiferencia oficial. La incompetencia y la ineficiencia gubernamental son también pudrición.
Las imágenes de comunidades enteras bajo el agua contrastan con la frivolidad de un gobierno ocupado en la propaganda y en inventar enemigos imaginarios. Nahle, que llegó al poder cobijada por el obradorismo y la maquinaria electoral, enfrenta hoy un escenario que ni su costoso ejército de voceros digitales puede maquillar: el desastre es su espejo, y en él se refleja su propio naufragio político.
Mientras familias enteras pierden lo poco que tienen, la enfurecida gobernadora reparte culpas y discursos. Nada de autocrítica, nada de gestión eficiente, nada de previsión. La infraestructura hidráulica sigue en ruinas, los recursos se desvían a obras de relumbrón y las “Camionetitas de la Salud” apenas llegan cuando hay cámaras de por medio. Veracruz no necesita spots, necesita un gobierno que funcione.
Y en medio de la crisis, surge el clamor ciudadano: revocación de mandato. No como capricho opositor, sino como respuesta al hartazgo. Porque la llamada “primera gobernadora de Veracruz” se convirtió, en tiempo récord, en símbolo de soberbia y de incompetencia. La gente ya no compra el cuento de la persecución política: compra botas de hule para sobrevivir al diluvio.
Es la misma revocación de mandato que el 17 septiembre de 2015, registra la periodista Lulú López, cuando la entonces diputada federal Rocío Nahle presumió en sus redes sociales: “Hoy MORENA presento (sic) la iniciativa de Revocación de Mandato. Separación del cargo a los funcionarios que violen la ley”.
El colmo es ver a Nahle y su séquito carroñero tratando de lucrar políticamente con la tragedia, usando la desgracia ajena como vitrina mediática. La misma receta de siempre: victimizarse, culpar al pasado, y posar ante la cámara, desde el palacio de mármol, mientras el pueblo sigue bajo el agua.
Pero el agua baja, la memoria no. Y cuando el río político vuelva a su cauce, muchos recordarán quién dejó hundido a Veracruz.










