Xalapa, Ver. – A casi un año de haber asumido el gobierno de Veracruz, Rocío Nahle enfrentó un año complicado: atrapada por su propio temperamento, aislada del círculo presidencial y rodeada de un gabinete que exhibe su falta de estrategia, liderazgo y control político.
En Palacio Nacional las señales son inequívocas. El respaldo presidencial que la impulsó se ha enfriado, y el entusiasmo que alguna vez despertó en Andrés Manuel López Obrador se ha desvanecido entre los primeros escándalos, la desorganización y los yerros de su equipo más cercano. La presidenta de México Claudia Sheinbaum mira con ojos entrecerrados los movimientos que hace en Veracruz su correligionaria Rocío Nahle.
La Secretaría de Educación es un foco rojo. Con la llegada del subsecretario David Jiménez, los señalamientos por corrupción, tráfico de influencias y manipulación política se multiplican. El sistema educativo estatal está estancado y las escuelas padecen el abandono que se prometió erradicar.
En la Secretaría de Turismo, Igor Rojí ha optado por la sumisión y la complacencia, sin aportar ideas ni resultados. En paralelo, la secretaria de Cultura Xóchitl Molina parece haber reducido su función a organizar festivales y ferias sin planeación ni sentido económico, diluyendo los recursos públicos en eventos sin impacto real.
La Secretaría de Finanzas, a cargo de Miguel Reyes, haciendo maromas y ocultando la mentira cuitlahuista sobre la reducción de la deuda pública. A la par, armando estrategias para tener una mejor recaudación y pagar sin contratiempos el salario de la gobernadora y los altos mandos, con su respectivo aumento, en el 2026.
La comunicación gubernamental es otro desastre. Rocío Nahle no tiene una voz política que la defienda, ni un equipo que entienda la relevancia del discurso público. Las conferencias improvisadas, los mensajes erráticos y la ausencia de estrategia mediática han dejado a la mandataria expuesta y vulnerable.
En la Contraloría General, bajo el mando de Ramón Santos, se acumulan denuncias por acoso laboral y abuso de autoridad, en una dependencia que, lejos de garantizar transparencia, se ha convertido en un instrumento de presión interna y área promotora de la indecencia.
El secretario de Desarrollo Económico, Ernesto Pérez Astorga, continúa ausente de la agenda productiva. Veracruz, con todo su potencial, sigue sin plan de inversión ni estrategia industrial, mientras la pobreza y el desempleo crecen. No se conoce el avance en este sector, salvo los regaños públicos que ha recibido Ernesto Pérez de la gobernadora frente a los empresarios de Veracruz: -Deja de seguirme, vete a buscar inversiones- habría dicho Nahle al neodoctor -en administración pública- Pérez.
Y en la Secretaría de Infraestructura y Obras Públicas, los señalamientos de corrupción en las licitaciones y las contrataciones de obra pública a cargo de Leonardo Cornejo amenazan con repetir la historia del sexenio anterior: contratos inflados, favoritismos y obras inconclusas.
En suma, el gabinete de Nahle carece de rumbo, cohesión y talento. Es un gobierno atrapado en la inexperiencia y la lealtad ciega, donde la incompetencia ha desplazado a la capacidad.
Rocío Nahle parece gobernar desde el aislamiento, rodeada de un grupo que no la fortalece, sino que la hunde. Su carácter impulsivo, su falta de escucha y su desconfianza hacia los operadores políticos con experiencia la han dejado sola, sin aliados, sin narrativa y sin control.
Hoy, Veracruz tiene una mandataria secuestrada por su propio temperamento y prisionera de un gabinete mediocre. Si no corrige el rumbo, su gobierno podría convertirse en la continuación gris del desastre cuitlahuista: un sexenio perdido entre la soberbia, la improvisación y la simulación.
En este escenario, Rocío Nahle enfrenta un dilema que podría definir su gobierno: romper el cerco de la ineptitud, la complacencia y la corrupción que la rodea, o resignarse a ser víctima de su propio entorno.
Los fantasmas de la primera mujer gobernante de Veracruz le hacen creer que el mundo gira alrededor de los “Yunes”, pero el desafío no está en la oposición (si es que la hay), sino en su gabinete.
Porque la honestidad, por más decretada que haya sido desde Palacio Nacional, no basta cuando la ineptitud se vuelve política de Estado.










