Jesús Lezama

Morena presume estabilidad como quien presume una casa “firme” durante un sismo mientras ignora que las paredes se están cuarteando y el techo está sostenido por un gato hidráulico comprado en el tianguis.

Ese gato, por cierto, tiene nombre: Andrés Manuel López Obrador, la gran mentira de México, el líder que juró acabar con el viejo régimen y terminó usándolo como disfraz de Halloween durante seis años seguidos.

Claudia Sheinbaum llega a la presidencia con votos sólidos, pero con un detalle trágico: la mitad del partido actúa como si ella fuera presidenta interina mientras el verdadero dueño del poder se toma un receso espiritual de seis años.

Morena, hoy, es una tragicomedia donde nadie sabe si reír, llorar o pedir el extintor. Ellos siguen viviendo en el sexenio anterior.

Ella gobierna. Ellos supervisan. Y el mito revisa desde su hamaca.

Los bloques de la “transformación”

En el primer bloque, existe el equipo obediente a AMLO. Aquellas personas que son los fieles guardianes del culto. Los que piensan que, si AMLO dejara de hablar, Morena perdería WiFi. Para ellos, Sheinbaum no es presidenta: es la persona que cuida las plantas de Palacio Nacional mientras el líder místico medita en su palapa.No la ven mandando; la ven encargada.

El segundo bloque se limita al círculo que exige autonomía. Los que creen que un país debería tener una sola presidenta y no dos administraciones paralelas: la oficial y la teológica. Cada vez que Claudia mueve un dedo sin pedir permiso, este grupo celebra  y el otro grupo pide exorcismo.

En el tercer bloque, los operadores que solo buscan poder. Los grandes artistas del oportunismo. Se alinean, se desalinean, se realinean: tienen más posiciones que un manual de yoga político. Son los que juran amar la 4T… mientras haya algo que repartir. Su lealtad tiene más expiración que un yogurt en oferta.

Morena ya no es un movimiento; es un buffet político donde cada uno llega con su propio plato y se sirve lo que puede, aunque no le toque.

La oposición está tan débil que podría perder una discusión contra un ventilador y es tan decorativa que podría ser parte del mobiliario del INE. Pero el riesgo de Sheinbaum no está ahí. Está en su propio partido, donde muchos actúan como si México les debiera gratitud eterna y como si la realidad política fuera opcional.

La mitad de Morena sigue atrapada en 2018, cuando AMLO todavía olía a esperanza y no a agua de colonia rancia de museo presidencial. El problema es que quieren repetir ese año, mientras el país va en 2025 y con prisa.

La presidenta enfrenta un menú de desgracias políticas: Si obedece demasiado, la convierten en estampita conmemorativa. Si se rebela, la acusan de parricidio político. Si gobierna con fuerza, la llaman tirana. Si gobierna con suavidad, la llaman títere. Es como estar atrapada en un elevador con gente que te exige decidir, pero que se ofende si decides.

Mientras tanto, AMLO es la gran mentira que nunca pierde: se jubila, pero sigue opinando; se retira, pero sigue guiando; no manda, pero manda. Lo adoran creyendo que es “un talento único”, cuando los hechos demuestran la manera irresponsable, corrupta e inepta con la que administró el país seis años.

Esto representa un verdadero riesgo para Morena porque no sabe quién diablos manda y un partido dominante sin mando claro es como un coche sin volante: puede avanzar, sí, directo al muro.

Las puñaladas internas han iniciado, las sonrisas sospechosas, los abrazos que suenan huecos y las reuniones donde todos juran unidad mientras esconden el cuchillo bajo la mesa. A pocos les importa si habrá ruptura. Se trata de cuántos pedazos habrá que barrer.

La presidenta Sheinbaum no enfrenta un país en contra. Enfrenta un movimiento que la quiere dura, pero dócil; autónoma, pero obediente; presidenta, pero no protagonista. La famosa “unidad” de Morena suena más a velorio donde todos fingen que el difunto está dormido.

Si Claudia no define quién manda —ella, el mito, o los señores del feudo—, la hegemonía no solo colapsará: colapsará haciendo ruido, polvo y espectáculo.

Los ciudadanos de México han aprendido algo: cuando sostienes una mentira demasiado tiempo, no cae sola, te cae encima.

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