En política, la inacción también es una decisión. Y en Veracruz, pocas figuras ilustran mejor esta premisa que Ernesto Pérez Astorga, quien ha transitado por cargos clave —senador y titular de la Secretaría de Desarrollo Económico y Portuario (SEDECOP)— dejando tras de sí la sensación de que el tiempo simplemente pasó sin que ocurriera gran cosa.
No se trata únicamente de evaluar resultados sino de analizar el estilo, la presencia pública y la energía política que un funcionario imprime en su agenda. En el caso de Pérez Astorga –en el gobierno de Rocío Nahle lo llaman socarronamente ‘Pérez Estorba’- la percepción dominante entre empresarios, cámaras, universidades y hasta dentro de su propio partido ha sido la misma, una pasividad constante, una conducción administrativa que parecía estar siempre en piloto automático.
Durante su paso por la SEDECOP, en tiempos del impresentable y gris Cuitláhuac García, el estado vivió un periodo en el que las oportunidades de atracción de inversión estaban abiertas. Reconfiguración logística, ampliación del puerto de Veracruz, reacomodos industriales tras la pandemia y una disputa nacional e internacional por las cadenas de suministro. Era el momento de levantar la mano, de posicionar a Veracruz como protagonista. Sin embargo, la secretaría mostró una presencia débil, más reactiva que propositiva.
El discurso empresarial del “no molestar” —esa idea de que la mejor política económica es no intervenir— terminó convirtiéndose, en su caso, en no aparecer.
Como senador, la historia no fue distinta. Su trabajo legislativo pasó sin estridencias, sin liderazgo de temas relevantes y sin un sello propio. Nadie niega su formación empresarial ni su cercanía con círculos de confianza dentro del gobierno federal y con millonaria congregación cristiana; el problema es que esa reputación no se tradujo en iniciativas o intervenciones decisivas. En un periodo donde Veracruz necesitaba voces firmes para defender proyectos, inversión y competitividad, su presencia en el Senado fue con más pena que gloria.
La política no exige heroísmos, pero sí exige movimiento. El desarrollo económico es, por definición, una actividad dinámica, estratégica, a veces incluso agresiva. Espera de sus titulares visión, energía y capacidad de negociación. Veracruz tuvo, en cambio, una conducción gris, sin ánimo de disputar espacios, y sin una narrativa clara de hacia dónde debía dirigirse el estado en materia económica.
Hoy, cuando se evalúa el legado de esa gestión, queda una pregunta en el aire: ¿Cuánto perdió Veracruz por simple inercia?
La torpeza más costosa para un estado no es la del error, sino la de la oportunidad desperdiciada. Y la pereza más dañina no es personal, sino institucional, la que deja pasar los momentos clave mientras otros estados avanzan.
Al final, la gestión de Ernesto Pérez Astorga recuerda a esos negocios que ponen un letrero de “Próxima apertura” durante años: mucha lona, poca acción.
Si algo hay que reconocerle, es su capacidad para demostrar —con cifras, boletines y conferencias— que la economía de Veracruz puede crecer incluso sin que él se dé mucha prisa.
Y quién sabe, quizá esa sea su verdadera aportación al desarrollo, probar que la economía funciona sola, siempre y cuando nadie se atreva a molestarla trabajando.










