En el Congreso del Estado, la Coordinación General de Comunicación Social compareció sólo para ratificar lo que en Veracruz es una verdad institucional: la comunicación gubernamental dejó de ser un área administrativa para convertirse en un sistema de control atmosférico. No informa: ocupa. No comunica: vigila. No difunde: inocula. Reescribe la realidad con la tranquilidad de un cirujano que decidió que la verdad es un órgano prescindible y la memoria pública, un repuesto intercambiable.
Rodolfo Bouzas Medina abrió la sesión con una gratitud casi litúrgica hacia la gobernadora Rocío Nahle, como si no estuviera frente a una funcionaria pública sino ante una figura mitológica recién desempolvada del panteón estatal. No la presentaron como mandataria, sino como una deidad sin departamento de quejas: una Mujer de Amajac con superpoderes, justiciera social y emperatriz absoluta de los contenidos que el aparato reproduce a toda hora, con o sin consentimiento de la audiencia. Una figura que no gobierna: administra ceremonias. Y en esas ceremonias, incluso los errores se transforman en prodigios y los tropiezos desaparecen gracias al milagro del “editar para que no se note”.
A su alrededor, ninguna prensa: un coro de influencers gubernamentales disfrazados de periodistas; evangelizadores del optimismo obligatorio; operadores del “like” institucional y predicadores digitales que creen que un trípode y un aro de luz sustituyen al oficio. Entre ellos, algunos periodistas verdaderos, como restos arqueológicos, mezclados con creadores de contenido que monetizan su fe política en todas las plataformas posibles, desde Facebook hasta la red social que inventen mañana. Otros, acudieron con el manto de la zalamería, con el disfraz de cortesía.
De frente, un Congreso semivacío: apenas un 15% de diputados presentes y una oposición reducida a una sola legisladora, Elena Córdova, testigo involuntaria de la liturgia. El resto, los supuestos representantes del pueblo, no acudieron a interpelar, sino a rendir tributo. No cuestionaron: entonaron alabanzas con la obediencia de un culto que todavía no tiene templos, pero tiene dogmas.
El informe presume que el aparato comunicacional veracruzano produce más contenido que una fábrica de bots en temporada electoral. Miles de eventos cubiertos, millones de reproducciones, toneladas de infografías que podrían envolver todas las pirámides del Tajín y aún sobrar para tapizar el centro ceremonial entero. Todo para asegurar que nadie pase un solo día sin enterarse de lo espléndido que es el gobierno según la narrativa del propio gobierno. Es la versión institucional del “si no te convence, repítelo más fuerte”.
Las campañas se anunciaron con la solemnidad con que otros anuncian medicinas contra enfermedades terminales: “Abrigando Corazones”, “Veracruzana Protegida”, “Aguas con el Dengue”, “Salsa Fest”, “Festival del Mar”. Solo falta “Catástrofe Fest 2025”, donde se informen crisis, fallas y escándalos con bailarines y pirotecnia, porque en Veracruz los problemas no se resuelven: se musicalizan.
La omnipresencia del aparato de comunicación roza el género de terror. Si mañana usted abre la refrigeradora y no encuentra a un funcionario grabando un TikTok sobre la importancia de consumir productos locales, preocúpese: quizá haya una falla en el sistema de vigilancia narrativa. Lo normal es que estén ahí, en todos lados, incluso antes de que ocurra cualquier cosa que valga la pena comunicar.
Lo más enternecedor – como una película de miedo- fue la denuncia contra la “mala información”. Según la versión oficial, Veracruz está asediado por una cofradía infernal de críticos, escépticos, carroñeros y periodistas que cometen el pecado mortal de preguntar. No se mencionó que cuestionar al poder es tan natural como que el poder quiera evitarlo. Para este gobierno, toda crítica es violencia, toda duda es ataque, y toda investigación es obra de fuerzas oscuras que no creen en la luz reveladora del boletín oficial. El eterno complejo de víctima con presupuesto.
RTV fue presentado como un coloso resucitado después de 45 años, un gladiador que vuelve del inframundo para proclamar, cada día, que el gobierno obra, escucha, protege y hasta respira mejor que el resto de los mortales. Falta que pronto lancen su eslogan definitivo: “RTV: donde todo se ve mejor, después de la corrección de color”.
El cierre fue la consagración: una oda a la comunicación convertida en sacramento, un bálsamo que todo lo cura, un ritual capaz de purificar conciencias y exorcizar críticas. Un discurso tan místico que casi da la impresión de que hablar con el gobierno es una experiencia que alivia males, disipa dudas y podría incluso servir como antídoto contra la depresión.
Pero el mensaje real -el que aparece detrás del discurso, como humedad en una pared que nadie se molesta en reparar- es simple: en Veracruz, si la realidad no alcanza, la narrativa la alcanza por ella. Si los hechos estorban, se reemplazan. Si algo sale mal, no importa: siempre habrá un comunicado listo para convertir el desastre en un logro o al menos en un contenido mínimamente compartible.
El mantra final lo resume sin elegancia, pero con precisión quirúrgica: “Para que le vaya bien a Veracruz, hay que hablar bien de Veracruz”. En castellano llano: si la realidad no coopera, coopere usted con su silencio. Y si toda falla, no se preocupe: el micrófono siempre alcanza.










