Rocío Nahle cumplió el trámite de presentarse ante el Congreso de Veracruz, pero nunca se acercó a un auténtico ejercicio de rendición de cuentas. Lo suyo fue un acto desesperado para imponer -a base de palabras huecas- la idea de un gobierno fuerte, cuando en realidad enfrenta fracturas internas que no puede disimular. Llegó al Pleno con un documento diseñado para cuidar su imagen, no para transparentar la situación real de un estado cuya gobernabilidad se sostiene con deficiente hilo político y control mediático de baja calidad.
Nahle intentó proyectar cohesión, disciplina y liderazgo. Pero el subtexto político apunta en la dirección contraria: Veracruz no tiene un gobierno en consolidación, sino un gobierno de contención. Un gobierno de ocurrencias. Un gobierno operado con una improvisación de cuarta.
El documento que Nahle García leyó -violentando incluso el tiempo establecido en el reglamento del Congreso local- fue hecho a la medida de la complaciente burocracia morenista, no de la ciudadanía. Toda su estructura demuestra la obsesión por mantener el relato feliz del obradorismo esperando blindar a la titular del poder ejecutivo de cualquier crítica. No hay datos incómodos, no hay comparaciones, no hay evaluación real.
Y resulta comprensible, porque la gobernadora sabe que al abrir las cifras verdaderas se le desplomaría caóticamente la versión que intenta vender. Teme porque sabe que los resultados son pobres, esa es la verdad inocultable. Y teme las consecuencias de las pugnas internas que cimbran el marmoleado Palacio de Gobierno.
Y esta es la razón: Nahle no gobierna desde fortalezas, gobierna administrando tensiones e inventando el hilo negro de las finanzas estatales.
El apartado de seguridad pública es el mejor ejemplo de este maquillaje político. Veracruz vive episodios constantes de violencia criminal, desapariciones, asesinatos selectivos y territorios en disputa. Pero en el informe, el tema se diluye en una sopa de eufemismos y frases preensambladas. No hay cifras. No hay tendencias. No hay indicadores. No hay reconocimiento de crisis y por lo mismo no hay expectativa de mejoras. Y cómo podría ser, si Veracruz ya está de moda, según el eslogan del siglo.
No existe nada que pudiera desmentir el discurso oficial o revelar que el aparato de seguridad está infiltrado por viejos intereses y no obedece completamente a la gobernadora. Porque ésa es otra realidad que el informe quiere ocultar: la seguridad es uno de los campos de batalla donde chocan los grupos que rodean a Nahle.
En finanzas, infraestructura y política social la estrategia es idéntica: declaraciones grandilocuentes sin respaldo. Nahle habla de austeridad, pero no detalla nada. Presume obra pública, pero no presenta avances reales. Habla de bienestar, pero no muestra impacto verificable.
No sólo es ineptitud administrativa. Es consecuencia directa de la guerra interna por el control del presupuesto, de las secretarías y de las estructuras operativas del gobierno.
Hay secretarías colonizadas por grupos diferentes. Funcionarios que responden a padrinos distintos. Áreas completas con doble mando político.
Y el informe, al ocultarlo todo, lo confirma todo.
El gobierno morenista de Veracruz no es un bloque sólido. Es un mosaico fracturado compuesto por al menos cuatro fuerzas:
1. El grupo de Nahle, integrado por operadores de Energía traídos desde la federación. Intentan imponer autoridad, pero carecen de estructura territorial propia y no entienden la lógica interna de los grupos locales, ni conocen el estado, su cultura y geografía.
2. El residual cuitlahuista, el círculo que sobrevivió al exgobernador Cuitláhuac García. Resiste desplazamientos y controla espacios clave alrededor de la propia administración interna.
3. Los operadores locales de Morena, marginados por la élite importada, y que exigen cuotas, obra pública y presencia política.
4. Los cacicazgos regionales, que operan desde la periferia y se alinean sólo cuando es conveniente.
Este costosísimo ecosistema de poder ya produce bloqueos administrativos, filtraciones internas, sabotaje burocrático y una guerra fría que desgasta al gobierno desde adentro. Sin duda esta administración será la más costosa de toda la historia. Los cacahuates que entregue este gobierno serán a precio de oro.
El Primer Informe de Nahle pretendía mostrar un gobierno sólido. Pero la ausencia de datos, la retórica vacía y la opacidad sistemática revelan lo contrario: Nahle no controla el aparato estatal; solo intenta administrarlo sin que se le desmorone.
La fractura interna no es un riesgo futuro. Es un factor presente de la gobernabilidad.
Mientras el discurso oficial intenta maquillar un año sin resultados, los grupos al interior del gobierno ya juegan su propio tablero: calcular costos, medir tiempos, acomodarse para la sucesión local y preparar su ruta de control hacia adelante.
Rocío Nahle entregó un informe construido para salvaguardar momentáneamente su narrativa, no para transparentar su gestión con visión duradera. Su primer año debió consolidarla con liderazgo propio. No pudo, en cambio, exhibió que su administración es un organismo tenso, debilitado y con zonas que enseñan brutal metástasis; un organismo enfermo y lleno de facciones que obedecen más a su propia lógica temporalera y autoprotectora que al proyecto que ella pretende encabezar.
No es la oposición quien hoy complica el camino del gobierno. Es el gobierno mismo y sus cientos de rémoras que pululan en oficinas centrales y foráneas.
Si el informe de la primera gobernadora de Veracruz buscaba presumir avances, terminó exhibiendo que el gobierno camina, sí, pero con el GPS descompuesto. Y mientras las facciones internas siguen peleando por el volante, la gobernadora insiste en que todo va “en orden”.
Quizá por eso el mensaje final no fue de triunfo, sino de ironía involuntaria: si este es el primer año, más vale que Veracruz agarre asiento y se ponga gafas de realidad virtual, porque el resto del sexenio promete más suspenso, emociones, chismes, festivalitos insulsos para estar a la moda y en el ánimo de la jefa, y desde luego, más orgullo veracruzano al estilo Nahle, que resultados contantes y sonantes.










