Para definir a Octavio Paz hay que echar mano de muchas entradas en los diccionarios: poeta, observador, vidente, genio… Pero quizás la que mejor lo sitúa es la que utilizo en uno de sus títulos más celebrados. Laberinto… José María Martínez la ha escogido para un documental producido por el Instituto Cervantes donde sitúa con nitidez complejidades, accesos, vericuetos y una sola salida: su propia obra.

A los largo de dos años, Martínez ha escudriñado la figura del Nobel junto a quienes lo conocieron y hoy lo estudian a fondo. Así ha elaborado El laberinto de Octavio Paz, un más que acertado documental, con la intención de ampliar un abanico de futuros lectores que, aun escasamente, acceden a él. “Su condición de poeta y ensayista le alejan del gran público, por eso nos empeñamos en reivindicar su vigencia más allá de las minorías en las que su figura sigue conservando peso e influencia”, asegura Martínez.

Elementos de atracción no le faltan. El crítico Harold Bloom lo incluyó en su lista de los 100 autores cruciales de todos los tiempos. Para muchos de quienes han intervenido en el documental —que se estrena esta semana—, la palabra genio se pronuncia como un consenso nada problemático. Y más allá de sus polémicas en vida o éxitos continuados como esa fundamental puerta de entrada a México titulada El laberinto de la soledad —que a finales del siglo XX había vendido un millón de ejemplares, tan sólo en español—, Paz se presenta ante el mundo como un poeta atraído por el misterio y el ascetismo, algo que llevó al extremo en su etapa en la India.

Los accesos al laberinto retratados en el documental son varios: una juventud de activo defensor de la República en la España en guerra. Su ingreso en la diplomacia mexicana, que le llevó de Estados Unidos al París de los surrealistas y a la India, donde su obra se empapó de sincretismo, reflexión y búsqueda de nuevas formas… O de vuelta a México, donde acabó editando revistas cruzadas de polémicas literarias y políticas, caso de Vuelta, título también de una de sus obras fundamentales.

“En Paz, palabra y silencio se alternan constantemente marcando su obra”, afirma Víctor García de la Concha en el filme. Poetas como Pere Gimferrer admiten una influencia tal, que durante años, desde que llegó a su obra por medio de Libertad bajo palabra, “escribía para que le gustara le gustara a él”. La transformación de su poética en una rica erótica, así como la revelación que le supuso conocer a su segunda mujer, Marie Jo Tramini, tras divorciarse de Elena Garro, queda contado a fondo por el escritor Alberto Ruy Sánchez.

Vargas Llosa lo reivindica como intelectual antidogmático, Edwards señala su imbricado y coherente trampantojo de poesía ensayística y, al revés, de ensayo poético, como tronco robusto de su obra. Juan Cruz constata que destacaba en él esa rara habilidad de disimular un inmenso ego disfrazándolo de ingenio. Elena Poniatowska lo recuerda como un revulsivo retador constante para sus amigos. Los expertos en arte, Juan Manuel Bonet o Fernando Castro Flórez, hacen hincapié en su faceta de fascinante crítico de pintura, escultura…

Todos los intervinientes: biógrafos, amigos, poetas, narradores o descendientes estéticos reconocidos como Juan Villoro o el propio Ruy Sánchez, ponen en valor dentro de este laberinto guiado por un muy buen mapa, la vigencia de un gigante fundamental en las letras hispanas.

El País

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