La partida de Carlos Monsiváis, hace 10 años, significó para el periodismo y la literatura de México quedarse sin una de sus figuras más lúcidas, un irrepetible cronista y escritor de ensayos capaz de crear su propio género.

“El género Monsiváis está marcado por la inteligencia, la ironía, el sentido del humor. Fue el cronista por excelencia que abarcó todos los campos, la pintura, la literatura, la política; si México tiene grandes ensayistas y cronistas, se debe en parte a Monsiváis”, aseguró la premio Cervantes, Elena Poniatowska.

Irreverente, duro, a veces hostil, Monsiváis fue un intelectual diferente, un memorioso que presumió los detalles de los hechos. En los tiempos en los que no existían los buscadores en internet, fue una enciclopedia en el cuerpo de un hombre, respetado por sus coetáneos, elevado a la categoría de semidiós por sus herederos.

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Poniatowska fue una de sus amigas más entrañables. Viajaron juntos a Israel, Londres, Nueva York y otros lugares, compartieron con frecuencia, lo cual convirtió a la también Premio Alfaguara de novela en testigo de primera fila de la personalidad del escritor.

“Se levantaba temprano, a las ocho de la mañana había leído todos los periódicos. Era burlón, despiadado en sus críticas. La crónica de Monsiváis desbancó en México a la novela y al cuento. El género Monsiváis superó todos los géneros”, aseguró.

Amante de los gatos, llegó a tener 17 en su casa, y simpatizante de los movimientos de izquierda, Monsiváis fue un defensor de los derechos de las mujeres, las minorías, los homosexuales y un apasionado de la Ciudad de México, a la que le dedicó numerosas obras, entre ellas “Días de Guardar” o “Apocalispstick”.

“Las crónicas de Monsiváis importan más por lo que el pensó de los acontecimientos que por los acontecimientos mismos. En ese sentido tienen algo de ensayos dramatizados”, escribió el cuentista Juan Villoro, uno de los herederos más genuinos del maestro.

Villoro, premio Herralde de novela, pero más reconocido por escribir cuentos, crónicas y ensayos, opinó hace unos años en la inauguración de la Cátedra Carlos Monsiváis que el cronista adquirió la categoría de gurú sobre todos los temas impresos o por imprimir.

A veces, cuenta Villoro, le atribuyeron pasiones que no tenía como cuando los Pumas de la UNAM ganaron el título del futbol mexicano y algunos aficionados asumieron que por ser de izquierda, le iba al conjunto universitario. “¡Arriba los Pumas!”, le gritaron, a lo cual Monsiváis preguntó si se trataba de un grupo de ecologistas.

Autor del libro “El género Monsiváis”, Villoro mencionó en su obra la respuesta del director del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura cuando quiso saber cómo decidía que alguien de la tradición popular fuera velado en Bellas Artes: “Muy sencillo, le preguntó a Monsiváis”, dijo el hombre.

Escritor de respuestas rápidas, contendiente en concursos de eruditos y con mirada afilada, fue un hombre culto que se movió bien en lo popular, como recuerda Poniatowska, quien solía ir con el cómplice al Teatro Blanquita, donde bailaba la famosa vedette Tongolele, amiga del escritor.

“Le gustaba también la artista María Victoria, con un trasero imponente, a la que los hombres le pedían darse la vuelta para verla de perfil”, recordó Elena.

Como reflejo de la importancia de la figura de Monsiváis en el país, el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recordó este viernes el décimo aniversario de la muerte de este escritor “de primer orden” con una sentidas palabras.

“Su talento siempre acompañó en las luchas cívicas, sociales y democráticas en nuestro país”, apuntó el mandatario.

Y agregó: “Lo recordamos con cariño, afecto y admiración”.

El 19 de junio de 2010 el corazón de Monsiváis se detuvo como consecuencia de una insuficiencia respiratoria.

México se quedó huérfano de uno de sus polemistas más inteligentes, que entendió al mundo desde una óptica diferente y retrató a la Ciudad de México con sus historias humanas.

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