El periodista Carlos Ruiz Caballero, debutante en la novela con ‘Retrato del fin del mundo’, basado en el caso real de un matrimonio anarquista en 1937 en el campo de concentración tinerfeño de Fyffes, lamenta que a algunos les inquiete que los muertos hablen, “pero los muertos son testarudos y siempre hablan”.

Partiendo de la historia real de Margarita Rocha, Ruiz Caballero narra la vida de esta mujer, que se casó con el anarquista Néstor Mendoza en marzo de 1937 en el campo de Fyffes pocas horas antes de que él fuera fusilado, que trabajó en casa de una familia pudiente de La Palma, aprendió a leer y escribir, fue contable de una empresa frutera y participó en la militancia antifranquista.

En una entrevista con EFE, Ruiz Caballero (Las Palmas, 1960), establecido en Barcelona desde los años 80, explica que hay gente “a la que le inquieta que los muertos hablen, porque hablan, a pesar de que les llenaron la boca de tierra o de agua salada para que callaran para siempre”.

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Y añade el autor: “Los muertos son testarudos y hablan, y dejan al descubierto que no hubo ni lucha por la patria ni contubernio, sino defensa de unos privilegios que la democracia zarandeaba y que algunos se resistían a perder”.

Recuerda Ruiz Caballero que, hace unos días, “en una fosa de un barranco de Granada, los arqueólogos encontraron los restos de un niño de entre 11 y 14 años, asesinado de dos tiros en el cráneo, y junto a los huesos, un lápiz de dibujar y una goma de borrar. Ese era el peligro y la amenaza: pensar y saber escribir”.

Sobre las llamadas leyes de concordia que defienden algunos gobiernos autonómicos de PP y Vox, Ruiz Caballero considera que “la dignidad de una sociedad se demuestra en el respeto, y falta mucho respeto cuando, después de 85 años del fin de la guerra y de 46 años en democracia, muchos familiares todavía esperan encontrar a sus muertos, o sigue habiendo calles con nombres franquistas o monumentos al dictador, como el de Santa Cruz de Tenerife, que lleva 16 años de batalla judicial”.

El periodista subraya que “hace unos días, más de 30 grandes empresas alemanas se unieron para hacer campaña con sus trabajadores para frenar a la ultraderecha”, algo que, lamenta, no ha sucedido en España, pero “la historia es testaruda y recuerda que, cuando algunos se quitan los ropajes, vuelve a aparecer el fascismo, y al fascismo le incomodan los cráneos que piensan, aunque sean los cráneos de niños”, continúa.

En el autor conviven tres almas: “el periodista, con el olfato para reconocer una buena historia y contextualizarla, que se despertó cuando vio la foto de Néstor y Margarita; el profesor universitario, que exploró con el lenguaje el género del ensayo, que requiere de rigor y precisión; y el escritor, que ha aportado la libertad creativa, no constreñida por la obligación de decir la verdad —aunque la literatura pueda decirla— o sometida al lenguaje más académico”.

El proceso ha durado años, de leer muchos libros sobre la Guerra Civil en Canarias, artículos sobre el tabaco, el plátano, sobre emigración, de hablar mucho con gente y de visitar los escenarios por donde iba a transitar la novela, “oliendo, captando el paisaje y viviendo ese cielo estrellado de La Palma”.

La novela adopta una visión diferente de las habituales sobre la Guerra Civil española, al abordar el fenómeno de los campos de concentración en la España franquista, en concreto el de Fyffes.

“Allí Margarita y Néstor se hicieron esa foto tremenda, en la frontera entre la vida y la muerte, en aquellos antiguos almacenes donde antes se empaquetaban plátanos que la empresa inglesa Fyffes Limited cedió a la rebelión militar, para empezar a empaquetar hombres”, indica Ruiz Caballero.

Se calcula que Fyffes llegó a reunir al mismo tiempo a 1.500 presos, y de allí salieron muchos que pasaron a ser desaparecidos, pues “los condenados a muerte eran enviados a unas barcazas ancladas en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde eran ultimados y sus cuerpos arrojados al fondo del mar”.

Ruiz Caballero pretende asimismo reivindicar la desconocida historia de la isla de La Palma, “una historia de piratas, de esplendor comercial, de tolerancia, de libertad, de Ilustración”.

La historia de la isla es como un personaje que cobra vida propia en la novela porque es plenamente literaria y cita pasajes como el caso del temido Pata de Palo, que en 1553 atacó, saqueó, secuestró a mujeres y quemó Santa Cruz.

Cuando los fascistas se sublevan, recuerda, “La Palma fue la única isla que resistió una semana, lo que es conocido como la Semana Roja”.

Su paisaje es también protagonista en la novela, algo confirmado por las propias palabras de Margarita: “Nos fue dado el paraíso para habitarlo y nosotros mismos nos expulsamos”. 

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