El escritor y guionista mexicano Guillermo Arriaga quiso ser boxeador, y sus libros y películas noquean. Sus obras, entre México y Estados Unidos, tratan sobre la violencia del narcotráfico, la migración irregular o cómo puede imponerse la mentira en una sociedad por un supuesto bien común.

En su segunda novela, “Un dulce olor a muerte” (1994), el hallazgo en un pueblo mexicano del cadáver de una joven asesinada empujará a una venganza que nace de mentiras que pronto se asimilan, que se prefieren creer, con consecuencias de las que no podrán escapar.

“Yo creo que este libro, de lo que habla ‘Un dulce olor a muerte’, es de que a veces la gente prefiera coger la mentira para mantener la estabilidad social, que la verdad, con el riesgo de destruirla”, explica a EFE Arriaga en una entrevista durante la Feria Internacional del Libro de Panamá, donde presenta su última novela “Extrañas”, escrita como si fuera una obra del siglo XVIII.

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Según el guionista de las premiadas “Amores perros”, “21 gramos” o “Babel”, “la crítica más interesante” que le hicieron de la novela fue en Alemania, donde le dijeron: “‘Este libro me hace entender el nazismo’, cómo las mentiras te las empieza a creer todo un pueblo y las asumen como verdad”.

En “Salvar el fuego”, premio Alfaguara de novela 2020, Arriaga muestra la violencia omnipresente del narcotráfico en la sociedad mexicana, pero también los traumas y miedos internos que a veces controlan nuestras vidas, con reos en cárceles físicas y mentales.

Arriaga (Ciudad de México, 1958) tiene siempre muy presente el fenómeno de la migración hacia Estados Unidos, su alienación, las barreras fronterizas y los motivos que empujan a alguien a dejar el hogar para emprender ese camino peligroso, sea en películas como “Los tres entierros de Melquiades Estrada” o en el cómic “Ana”.

“Es que mis compadres son migrantes, Melquiades es migrante, Pedro, Rosa, Nereida, todos mis amigos, mis ahijados han tenido que migrar. Prácticamente todos los estratos tuvieron que migrar, porque se acaban las oportunidades”, explica el guionista.

El escritor recuerda que en el fenómeno de la migración no puede haber dobles raseros. “Nos quejamos de que los gringos no reciben bien a los mexicanos, pero nosotros acá, a los salvadoreños, a los hondureños, a los guatemaltecos, a los venezolanos, a los haitianos, tampoco los recibimos con los brazos abiertos”.

En “Ana”, un cómic que nace de una colaboración con la organización infantil Save the Children, Arriaga relata el periplo de una niña hondureña hacia Norteamérica, subrayando las causas que empujan a muchos a migrar, “refugiados de una guerra económica”.

HUMANISMO

A pesar de que a priori se puede tener una imagen dura de Arriaga, que perdió el olfato por sucesivas peleas en su infancia, con una obra además con textos e imágenes plagadas de violencia, este autor es todo lo contrario, con un humor afilado, cercano.

En “Un dulce olor a muerte”, la mayor influencia, dice, es el lugar donde narra la historia, que conoce “perfectamente” porque allí viven sus “compadres, que son campesinos analfabetos”. Entonces surge la magia.

“Mis amigos no saben leer ni escribir, pero salen en la novela con sus nombres. Yo les regalé el libro como cortesía (…) y cuando regreso al año siguiente lo veo todo lleno de dedos. Resulta que Lisbeth, la hija de Lucio, mi compadre, de 12 años, terminando la jornada se lo leía en voz alta (…) y se juntaban los campesinos a escucharla todas las tardes”, explica.

“Y luego se enteraron algunos de otras aldeas que salían también nombrados, los hijos les leían a los adultos que no sabían leer, les leían la novela en voz alta. Me pareció una de las cosas más interesantes que me han pasado en la vida”.

LITERATURA Y CINE

Arriaga escribe novelas, guiones, dirige películas, es productor. Dice que sufre de déficit de atención, pero algunos de sus últimos libros superan las 600 páginas, después de haberles depurado un número similar en la edición, ¿no es necesaria mucha concentración?

“Escribo todo el día, pero me distraigo muy fácilmente. Voy, vengo, me meto en el Internet, leo un libro, regreso, escribo. Pero todo es parte del proceso de escribir, no siento que no esté escribiendo. Estoy escribiendo, solo que esos pequeños rompimientos me ayudan a que se vaya acomodando la historia, como no sé de qué se trata, la voy inventando sobre la marcha. La historia llega a mí en esos momentos de distracción”, afirma.

Ese déficit de atención también ha influido en su característico estilo fragmentado, ya que “hace que brinques de una cosa para otra”, también “la idea” que tenían sus grandes influencias, el mexicano Juan Rulfo y el estadounidense William Faulkner, “de que cada historia tiene dentro de sí una estructura, que es orgánica”.

Aunque muchos asocian a Arriaga sobre todo con el cine, explica que primero escribió libros (su primera novela, “Escuadrón Guillotina”, es de 1991), pero empezaron a comprar los derechos de sus “novelas para hacerlos películas”. “Alguien me preguntó que si sabía escribir cine”, y así surgió, llegando a colaborar con el guionista español Rafael Azcona, autor de “El verdugo” o “Plácido”, “uno de los mayores orgullos de mi vida”.

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