Por Juana Elizabeth Castro López
La vida es una oportunidad única e irrepetible. El rey poeta Netzahualcóyotl se preguntó “¿Acaso en vano venimos a vivir, a brotar sobre la tierra?” Y, agregó: “Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos.”
Sansón, es un famoso personaje veterotestamentario, que nació consagrado para un propósito y se le dio un don. A través de su mal ejemplo se entiende la importancia del propósito, el don y la consagración. Al rey poeta le hubiera gustado saber esto.
Primero veremos el propósito o razón de ser. Manoa y su esposa vivieron en un tiempo temprano de la historia veterotestamentaria. Ella era estéril. Un día “el ángel del SEÑOR se le apareció y le dijo: “… vas a concebir y tendrás un hijo. Cuídate de no beber vino… tampoco comas nada impuro, porque… el niño va a ser… consagrado a Dios desde antes de nacer. Él comenzará a librar a Israel del poder de los filisteos.»”. Por tanto, su propósito de vida era liberar a su pueblo de la opresión del enemigo.
Ahora veremos el don o talento de Saúl. “Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él…”, confiriéndole una fuerza física extraordinaria. Pudiera pensarse que Sansón tenía gran estatura y musculatura y por eso era descomunalmente fuerte. Sin embargo, no era así. Por el contrario, su aspecto común subrayaba su don especial. Por eso, sus enemigos querían descubrir la fuente de su poder; que, obviamente, no estaba en su musculatura.
Por último veremos la importancia de la consagración, que implica santificación. Sansón había sido apartado o consagrado desde antes de nacer, para rendir esta misión divina. Se le recomendó mantenerse dentro de la pureza de esa consagración.
Sansón tomó consciencia de su propósito y su don, pero falló en su consagración. Se esmeró en mostrar el poder de Dios como un artículo personal del que podía echar mano para fanfarronear delante de sus enemigos. Y, cerró sus oídos al Espíritu de Dios, que también le pudo haber conferido fuerza espiritual para resistir al pecado y las pruebas. La consagración era la clave para mantenerse enfocado en su razón de ser. El voto de nazareo de Sansón debía ser un recordatorio constante de la santidad y pureza conferida a su vida por el Creador.
Por el poder del Espíritu, era un hombre portentoso, pero como su enfoque estaba en el plano físico, se volvió vanidoso y proclive a los apetitos de la carne. Después de estar con una prostituta, podía invocar el poder del Espíritu y hacer proezas.
Aun cuando fallara, él tenía la opción de hacer un ritual de purificación. Pero, como el poder del Espíritu seguía manifestándose cada vez que él quería, terminó desechando la santidad. Así, al usar el don a su antojo, empezó a deberle a su consagración, a perder el rumbo de su propósito. Perdió su razón de ser. Y, un día, el Espíritu lo abandonó.
Por no tomar conciencia de su razón de ser, tomó lo santo, lo apartado para Dios y lo profanó, llevándolo al altar de la carne y el pecado. Porque, Sansón mismo, su don, su propósito y su consagración; todo pertenecía a Dios.
Sansón había “brotado sobre la tierra” para comenzar a liberar a su pueblo. Su destino era ser loado como un héroe victorioso. Pero, ahora, había caído en manos de sus feroces enemigos. Ellos cegaron sus ojos, sumando obscuridad a su ceguera espiritual. Su esclavitud al pecado rindió su fruto y lo llevó a ser esclavo de sus enemigos; que, burlándose de su otrora fuerza, lo usaban como burro para moler.
Dios le había consagrado como vaso limpio, pero, él decidió ser vaso sucio. Sansón falló. En cambio, la Palabra divina nunca falla, es fiel y verdadera, Dios prometió que Sansón comenzaría “…a librar a Israel del poder de los filisteos”. Ahora, él era vaso sucio, derrotado y ciego. Y, Dios, así lo usó para cumplir su Palabra.
Mientras los filisteos celebraban todos juntos y daban gracias en el templo de su Dios Dagón; en el desenfreno de su celebración, quisieron burlarse de Sansón y lo hicieron traer. “Entonces Sansón oró al SEÑOR: «Oh soberano SEÑOR, acuérdate de mí. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas sólo una vez más, y déjame de una vez por todas vengarme de los filisteos por haberme sacado los ojos.» Luego Sansón palpó las dos columnas centrales que sostenían el templo y se apoyó contra ellas…. Y gritó: « ¡Muera yo junto con los filisteos!» Luego empujó con toda su fuerza, y el templo se vino abajo sobre los jefes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más los que Sansón mató al morir, que los que había matado mientras vivía.Sus hermanos y toda la familia de su padre descendieron para recogerlo. Lo llevaron de regreso y lo sepultaron”. Seguramente, entre flores y cantos.
En conclusión. Podemos dejar al menos flores o al menos cantos, como Sansón. Pero, no hay como seguir el ejemplo de la vida consagrada de Jesús, el Hijo del Hombre, quien lleno del don de Dios, cumplió el sublime propósito que únicamente él podía realizar. Cabal y fielmente obedeció la voluntad de Dios, hasta la muerte y muerte de cruz. Y pudo decir: “Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.” Tres días después, el Hijo de Dios resucitó glorificado por el Padre. Realizó su misión redentora a plenitud.
Ciertamente, no venimos a vivir en vano. Tenemos un propósito y para desarrollarlo, un don. Podemos malgastar el gran evento que significa “brotar sobre la tierra”. Pero, aunque fallemos, la voluntad de Dios se cumplirá. La pregunta es: ¿Le serviremos a Dios como vasos limpios o como vasos sucios?



