Tarde o temprano a todos nos pasa: un escritor, un cantante, un maestro, una actriz, una vecina o la mamá de un amigo, se convierte en un objeto de deseo al que aspiramos inútilmente porque, debido a las circunstancias, nunca lo podremos poseer.

A esta pasión irrealizable a la que nos aferramos con tan poca cordura, la llamamos coloquialmente «amor platónico». A pesar de que la mayoría de nosotros se reconoce en esa expresión, pocos sabemos de dónde viene el nombre que recibe ese obsesionante delirio unilateral.

En origen

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El término «amor platónico» hace referencia a la filosofía
 de Platón. En su diálogo El banquete, Diótima —a quien Sócrates considera su maestra en el arte del amor— afirma que lo que todos amamos es el Bien, y queremos que las cosas buenas sean nuestras por siempre, pero debido a nuestra condición mortal no lo podemos lograr.

El amor al que se aspira, entonces, impulsa el alma hacia
 la plenitud, y para ello reconoce que hay que acercarse a la belleza física, en primer lugar, luego se debe ir ascendiendo a la belleza de conducta y, por consiguiente, a la de los conocimientos, para terminar el camino en el amor a la belleza universal, la que está hecha de todo lo que amamos pero que es infinita e inmutable.

De acuerdo con esto, el amor para Platón es la oportunidad de estar en un orden de cosas perfecto donde sólo cabe la contemplación pura de la belleza. No resulta tan complicado si se entiende como un amor puro que ha superado, sin saltárselos, los peldaños físicos y racionales para dedicarse a la contemplación de lo espiritual.

La primera vez que se utilizó este término fue en el siglo 
xv, cuando el filósofo renacentista Marsilio Ficino se refirió
 al amor por la inteligencia y la belleza de carácter de una persona, en detrimento de sus atributos físicos. Poco después se popularizó con la publicación de Platonic Lovers —Amantes platónicos— (1636) del poeta inglés sir William Davenant, quien compartía la visión de Platón. Durante algún tiempo en el siglo xvii, el «amor platónico» fue un tema de moda en la corte inglesa en el círculo de la reina Enriqueta María, esposa del rey Carlos i: fue el tema de varias representaciones teatrales cortesanas.

En ese contexto, el concepto idealizado del amor rechazaba la sensualidad en tanto que era considerado impuro y corrupto, y enaltecía la unión de dos personas exclusivamente por el intelecto y la bondad. Este afecto mutuo, bien encaminado, conducía a la contemplación de la belleza universal y, en un contexto religioso donde convenía muy bien esta idea, a la contemplación de Dios.

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